Chile tiene dos cumpleaños. El primero fue en 1810, en que nació como Estado, consecuencia indirecta y lejana de la ilustración francesa, y el segundo, casi ochenta años después, cuando nacimos como nación, con la Guerra del Pacífico, efecto indirecto y lejano de la industrialización inglesa. El primero es un fenómeno político y el segundo es un fenómeno socio-económico. Sin embargo, en nuestro país la voluntad política ha estado siempre sujeta del poder económico. Tanto los rentistas del primer período (colonial) como los industriales del segundo, cuando Chile creció territorialmente, alargando sus pantalones como un adolescente hasta nuestra bella y amada ciudad. Aprovechando un rasgo muy humano, el arribismo -cuyas características particulares en Chile consiste en un clasismo muy provinciano- los detentores del poder económico han secuestrado a todos, incluso a los más idealistas con aspiraciones políticas, transformándolos en una clase distinta. Aunque aquel defecto es de los rulos de zona central (pues nuestro sol, playas y nuestra música nortina todavía levantan las narices de algunos capitalinos) pretende a veces permear en la piel pachanguera de los ariqueños. Basta que alguien comience a ser tratado de "honorable" con todo el boato republicano, para que le venga lo que se ha llamado ingeniosamente "el mal de altura". Porque en este país, la pertenencia a partidos políticos ha permitido más movilización social que la educación. Los honorables, invitados a ser una élite de última hora, quieren aprovechar el cambio (su cambio) social. No es casualidad que en el segundo cumpleaños aludido, la naciente opinión pública de la época con un sentido igualitario de nación propiciará la "cuestión social" llevándonos a una guerra civil (1891) e impusiera un régimen político parlamentario que duró hasta 1925. ¿Por qué se terminó? Porque los honorables de entonces, al poco tiempo, se volvieron pusilánimes. Media novedad. El presidente de la época tuvo que terminar con ese veranito parlamentario. Hoy, ad portas de una nueva constitución, continúa el secuestro de los "representantes". No se puede negar-menos ahora- que, así como nuestro país sigue dependiendo de los fenómenos internacionales, también sigue, lamentablemente, manejado por sujetos cooptados por el poder interno, con su corrupción y su versión amigable, el lobby, de la misma manera que lo ha sido desde sus cumpleaños. Esto debe cambiar urgentemente con la nueva Constitución.
Rodrigo Muñoz Ponce
Abogado