A propósito del reciente reclamo de una estudiante apelando al derecho de que se considere su ingreso al masculino Instituto Nacional creí conveniente desempolvar una reflexión sobre este tema aparentemente menor, pero de insospechadas y negativas implicancias que ha caracterizado nuestro acervo chilensis.
Más de la mitad de mi vida de estudiante de provincia la pasé visitando escuelas o colegios "mono-genéricos". Por lo mismo, cuando ingresé por primera vez a un colegio mixto, descubrí una mitad del mundo hasta el momento desconocida y particular, con complejidades y simplezas, con problemas y soluciones, con alegrías y tristezas y un sinfín de dimensiones cotidianas y fascinantes como las que ocurren en el mundo real.
Con motivo de los 203 años que conmemoró hace poco el longevo y emblemático Instituto Nacional de Santiago o los 55 años que cumplió este año el Liceo Carmela Carvajal, sugiero que se reconsidere en el enorme listado de demandas estudiantiles y ciudadanas incluir una que abogue por la abolición de los colegios públicos "mono-genéricos".
Salvo razones religiosas apolilladas fundamentalistas, no se me ocurre ningún otro motivo por el cual un Estado Laico como el chileno mantenga y sostenga establecimientos educacionales destinados para hombres o mujeres.
Nuestros hijos e hijas deben tener la posibilidad de interactuar y relacionarse entre ellos desde su más tierna infancia. El mundo natural es así.
Reconociendo que vivimos en una sociedad enferma en muchos aspectos, creo que la eliminación de colegios "mono-genéricos" es un pelo de la cola de fácil solución. Llama la atención que ni los estudiantes, ni otros estamentos educativos, ni menos autoridades de Gobierno o parlamentarios variopintos hayan reparado en esa práctica antinatura que junto con el Instituto Nacional debe estar cumpliendo más de 200 años de innoble existencia.
Marcelo Saavedra Pérez