Si bien no se trata de hechos frecuentes, por lo general los pocos accidentes que ocurren durante el verano en las playas pueden tener graves consecuencias, incluso fatales. Se debe convenir en que la temporada estival ofrece nuevos escenarios para la diversión, con actividades muy distintas a lo cotidiano y que por sus características, sumadas a la imprudencia, pueden terminar siendo peligrosas.

No es raro ver, por ejemplo, como muchas personas que frecuentan las playas se aventuran en el mar inmediatamente después de haber comido. Peor aún, hay quienes lo hacen después de beber y hasta el estado de ebriedad.

En ambos casos, las capacidades propias de quienes ingresan al agua cambian dramáticamente, al grado incluso de imposibilitarlos de reaccionar ante una situación de emergencia o perder la conciencia de los hechos.

A ello se suma que el estado de ebriedad estimula un mayor grado de osadía, traducido en un peligro que afecta a la persona y a su círculo más cercano.

Pero también están quienes realizan acciones temerarias en sectores rocosos con pleno conocimiento de los hechos, quedando en peligro de sufrir algún accidente.

Los golpes graves en la cabeza incluso pueden ocasionar la muerte, por un traumatismo encéfalo craneano. O se puede perder la conciencia y fallecer por inmersión.

El verano no sólo está marcado por accidentes en el tránsito, con accidentes que pueden destruir vidas y hacer que una época de felicidad termine siendo una de tragedias que se pueden evitar, simplemente teniendo mucho más cuidado y atención en la playa.

Se habla siempre del necesario respeto que se le debe tener al mar, conocer bien los lugares donde nos bañamos y tener especial cuidado con los niños más pequeños. Estar atentos a las condiciones de las corrientes y evitar cualquier exceso de confianza.

La idea es disfrutar de unas entretenidas vacaciones durante este verano y que éstas no se transformen en una tragedia debido a conductas riesgosas, acciones temerarias o, simplemente, por demostrar exceso de confianza al enfrentar el mar.

No recuerdo cuantos años atrás, pero se dio el caso en que hubo noches de insomnio para los conductores que necesitaban pasar la revisión técnica y no sabían que hacer para conseguir un cinturón de seguridad, para instalar en el carrito que habían heredado del abuelo. El accesorio había sido declarado obligatorio, incluso para aquellos vehículos que no lo traían instalado de fábrica. Años más tarde, la angustia se debió a la exigencia la luz de retroceso y finalmente vino la exigencia de la llamada "tercera luz de freno", cuya carencia resultaba en el inmediato rechazo del vehículo, por no estar apto para transitar en las calles y carreteras de Chile.

Hoy, ya no nos preocupa la el cumplimiento de las normas internacionales respecto de la confiabilidad del vehículo, sino que estamos preocupados por la seguridad del conductor y sus pasajeros. En efecto, hoy estamos preocupados de cuidar la vida de quienes utilizan un vehículo para trasladarse. Ahora se trata de prevenir atropellamientos de automovilistas/peatones, al exigir al conductor que cuente en todo momento con un chaleco reflectante al interior del vehículo, para que quien conduce lo use cuando tenga que abandonarlo por alguna emergencia en la vía pública. La medida es atinada, ya que constituye una protección extra para eventuales accidentes carreteros. Es una lástima que el decreto no contemplara extender la exigencia a los ciclistas y motociclistas que circulan por nuestras calles, que muchas veces se ven envueltos en graves accidentes, cuando son arrollados por conductores que no los advierten en la jungla vehicular de nuestras ciudades.

El único aspecto negativo de la obligatoriedad del chaleco reflectante es que como siempre sucede en Chile, la disponibilidad de la prenda en el comercio es limitada y hoy usted debe estar preparado para desembolsar hasta tres veces su valor normal si quiere obtenerlo.

Jaime Gómez Douzet, Doctor en Filosofía