Juegos de roles
Según transcurren los años parecen ir cambiando los roles, que cumplimos ante los demás. Tarde o temprano aquello se hace ostensible para quienes interactuamos a diario, ya sea en el plano laboral o ciudadano. Junto a los consiguientes (e indeseables) cambios físicos: canas, arrugas y kilos de más, vienen también las innovaciones en el trato y hasta en los habituales quehaceres. Así los "joven", a la hora de vocearnos van quedando en el ayer, reemplazados por los "señor", "caballero" y "tío" que, no por muy respetuosos, dejan de ser menos incómodos. Y algunas tareas que antes nos dejaban acometer, con gran ímpetu, son delegadas a quienes aún lucen un físico más fornido y propicio, como una amable dispensa a los años que acusan nuestras grisáceas cabelleras, si aún las conservamos. Esto también ocurre al interior de nuestras familias. Los hijos, como una suerte de juvenil relevo, asumen algunas de las tareas que antes eran nuestras. Entre ellas, una que yo empezaba a echar de menos, pero que hoy es retomada por el más reciente de los integrantes del núcleo íntimo.
Esto, porque antes era yo una suerte de: "Papá lo sabe todo." Gracias a mi hábito lector, respondía a las interrogantes de mis pequeños hijos, con bastante propiedad. Aún recuerdo una de esas ocasiones en que, tras oírme, sus miradas brillaron plenas de admiración. "Papá, siempre que mencionan a la ciudad de Washington, agregan D.C." "¿Qué significa eso?" "Washington, distrito de Columbia", contesté, aliviado por saber la respuesta, y agradecido de no perder esa aura de sabelotodo que hasta entonces mantenía. Al ellos empezar a crecer, sucedió lo ya mencionado, empezaron a verme con otros ojos y sus preguntas fueron espaciándose. Hoy, para mi fortuna, Fiorella, mi nieta de seis años, reditúa mis antiguos créditos. Yo respondo sus infantiles dudas y ella… me enseña a manejar el control de la TV, el celular, computador y otros artilugios tecnológicos.