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Inteligencia artificial: ¿Robots en vez de poetas?

ChatGPT permite ordenar a un autómata la creación de textos gracias a lo que "aprende" en Internet y, al mismo tiempo, llega a Chile el "Valle inquietante", de Anna Wiener, la escritora de Silicon Valley.
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Por Valeria Barahona

Silicon Valley en California, Estados Unidos, a comienzos de siglo volvió a ser la tierra prometida para los buscadores de fortuna, así como antes lo fue con el oro, donde sus nuevos pirquineros usan poleras de algodón -ojalá orgánico -y zapatillas, toman té helado y piden comida vietnamita, cuenta la periodista de tecnología de The New Yorker, Anna Wiener, cuya voz narrativa en la novela "Valle inquietante" trabaja en una empresa emergente, o start up, en el paraíso tecnológico. Sin embargo, a medida que avanza dentro de la industria, descubre que no todo es tan brillante como las letras de Google o el logo de Apple, sino que la oscuridad se expande a través del muy bien pagado negocio del manejo de datos, extraídos mediante aplicaciones como Facebook.

El texto original de Wiener fue publicado en 2020 en inglés, con el rótulo "memorias". Hace unos días apareció en las estanterías chilenas, editado por Libros del Asteroide. Allí, Anna cuenta cómo su primer acercamiento a las penumbras de lo digital ocurrió en 2013, cuando compartía un departamento en Brooklyn, Nueva York, y trabajaba como correctora en un sello independiente, labor que "estaba yendo a menos porque hacía poco había terminado con el editor", porque "las infidelidades salieron a la luz después de que le prestara mi (computador) portátil un fin de semana y me lo devolviera sin haber salido de sus cuentas, donde leí una serie de mensajes privados, románticos y melancólicos que había intercambiado con una voluptuosa cantante de folk en aquella red social que todo el mundo odiaba. Aquel año yo la odié todavía más".

"Dentro del grupo de los asistentes editoriales, mis amigos y yo nos preguntábamos si algún día habría sitio para nosotros en un sector que no paraba de hacer recortes", continúa la voz narrativa, quien un día ve en una revista la foto de tres jóvenes sonrientes luego de reunir tres millones de dólares para seguir desarrollando "una aplicación de lectura electrónica para teléfonos móviles, que operaría mediante suscripción".

En su nueva oficina, Wiener o la narradora, se encarga de la atención al cliente frente al "big data, conjuntos de datos complejos propiciados por el aumento exponencial de la potencia y rapidez de los procesadores informáticos y almacenados en la nube", aquel conjunto de servidores que puede estar escondido en una mina abandonada o bajo el mar, pero en el cual todos los usuarios confían para revisar el tráfico de sus sitios web, así como las características de los visitantes: país, edad, nivel educacional, etcétera.

"Cuando se daba en el clavo, los hallazgos podían ser valiosísimos, inspirar productos nuevos, revelar la psicología del usuario, o bien generar campañas publicitarias ingeniosas y ultrapersonalizadas".

Esta última línea condensa el peligro, ya que, afirma la protagonista, "la transparencia no estaba hecha para las masas: mejor que el gran público no viera lo que las empresas del sector de datos sabían de él". Nadie mejor que el creador de Facebook, Mark Zuckerberg, conoce esto, después de declarar durante horas en el Capitolio por el escándalo de Cambridge Analytica, en 2018, luego de salir a la luz que la consultora, ocho años antes, tomó datos de millones de usuarios de la red social para propaganda electoral.

Escritura autómata

Por estos días, uno de los juegos favoritos en Internet es preguntar cualquier cosa a la inteligencia artificial ChatGPT. Antes de que el usuario pestañee, la aplicación ya tiene una respuesta, gracias a los miles de millones de datos que su algoritmo ha recolectado -y continúa haciéndolo- por los rincones de Internet.