La pregunta del millón: ¿Hay que sentir culpa por el ocio?
Teóricos chilenos, coreanos y británicos han demenuzado en los últimos años el modelo productivo, una mirada intelectual que se acentuó con la masiva renuncia en pandemia: ¿Vale la pena trabajar?
Por Valeria Barahona
Una cosa es tener un empleo, anhelo transversal a menos que exista una herencia que cubra esta vida y dos más. Se trabaja para pagar techo, comida, salud, vestuario y algunas actividades recreativas que nos hagan sentir más humanos:leer, ir al mar, salir de fiesta o pasear por museos. Otra cosa es levantarse todos los días con un propósito, saber que la actividad a la que se dedicará entre seis y diez horas trasciende al saldo en la cuenta bancaria.
"Lo único que se gana es plata" podría ser uno de los principales argumentos de "La gran renuncia", fenómeno cuyo análisis comenzó el año 2021, tras una temporada de encierro por la pandemia del covid-19, donde millones de personas dejaron sus trabajos en Europa y Estados Unidos pese a la crisis económica. Pasar tanto tiempo encerrados obligó a cuestionar el sentido de lo que se hace a diario, porque "el humano moderno, dice (Martin) Heidegger, ha huido del pensamiento", cita el filósofo y periodista Juan Rodríguez en "Recobrar el tiempo. Un ensayo contra el trabajo", publicado el año pasado.
TikTok y el tiempo
En estos días todo es estímulo y reacción: de ahí el éxito de TikTok y la incredulidad frente a cómo alguien puede tener millones de seguidores sólo con mover el ombligo al ritmo de la canción de moda. Ese mismo éxito de seguidores genera contratos con marcas de ropa e incluso la escritura de libros de autoayuda que entran de inmediato entre los más vendidos. Toda lo anterior empuja hacia la idea de que "la falta de pensamiento depende de la falta de tiempo. Digo, para pensar, para preguntarnos cuestiones como por qué esto es así y no de otro modo, necesitamos tiempo. Simone Weil ('La condición obrera') llamó le malheur a la falta de tiempo, concepto que se podría traducir como enfermedad, aflicción, desgracia, indignidad y, por qué no, infelicidad. O enfermedad mental", según Rodríguez: la nueva pandemia que arrasa el mundo pero que, como la mayoría de sus efectos, no impide levantarse para ir al trabajo.
"Desde el momento en que la alienación -le malheur- es más una cuestión psicológica que física, nuestra época del control y del autocontrol, depresiva y estresada, puede ser descrita como una época afligida", sostiene el chileno, en tanto que el surcoreano de moda, Byung-Chul Han ("La sociedad del cansancio"), responde con un ensayo publicado hace unos días: "Vida contemplativa. Elogio de la inactividad", donde en un parafraseo a Friedrich Nietzsche ("Así habló Zaratrusta") afirma que "nos estamos asemejando cada vez más a esas personas activas que 'ruedan como rueda la piedra, conforme a la estupidez de la mecánica', dado que solo percibimos la vida en términos de trabajo y de rendimiento, interpretamos la inactividad como un déficit que ha de ser remediado cuanto antes".
Desenchufarse
Cuesta descansar y no sentirse culpable. Duele apagar el celular o desinstalar WhatsApp durante unos días. Por más alejado que se intente estar, en la mesa del lado en el restorán a alguien le suena una notificación que inevitablemente alerta a quien busca desconectarse: "La existencia humana en conjunto está siendo absorbida por la actividad. Como consecuencia de ello, es posible explotarla", advierte Byung-Chul.
"Una vida intensa hoy implica, sobre todo, más rendimiento o más consumo. Hemos olvidado que la inactividad, que no produce nada, constituye una forma intensa y esplendorosa de la vida", continúa el también autor de "No-cosas: Quiebras del mundo de hoy". Es decir, se evita la admiración de la sinuosidad del fuego en la noche o el dibujo del sol en las ondas de la piscina, para revisar la nueva colección de ropa en Instagram, inaccesible con un sueldo mínimo, o la última serie de una de las decenas de plataformas para comentarla en la sobremesa: "Sin calma, se produce una nueva barbarie".
"La obligación de actuar y, aún más, la aceleración de la vida se están revelando como un eficaz medio de dominación. Si hoy ninguna revolución parece posible, tal vez sea porque no tenemos tiempo para pensar", agrega el académico de estudios culturales en la Universidad de Berlín. Y "sólo el eros puede derrotar a la angustia y la depresión".
El crítico musical y también teórico de la cultura Mark Fisher escribió tras la crisis de 2008 el ensayo "Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?", donde señala que "el desastre no tiene un momento puntual. El mundo no termina con un golpe seco: más bien se va extinguiendo. Se desmiembra gradualmente, se desliza en un cataclismo lento. (…) ¿Cuánto tiempo puede subsistir una cultura sin el aporte de lo nuevo? ¿Qué ocurre cuando los jóvenes ya no son capaces de producir sorpresas?".
Cansancio
Mark Fisher, quizás el más punk de los intelectuales contemporáneos, cuya apariencia Google la muestra sólo como un hombre de unos cuarenta años que podría estar en cualquier oficina donde no sea obligatorio usar traje, rinde honores a su compatriota y poeta T.S. Eliot ("La tierra baldía"), quien "propuso la existencia de una relación recíproca entre lo ya canonizado y lo nuevo en la cultura: lo nuevo se define en respuesta a lo ya establecido; al mismo tiempo, lo establecido debe reconfigurarse en respuesta a lo nuevo. La consecuencia a la que arriba Eliot es que el agotamiento de lo nuevo nos priva hasta del pasado. La tradición pierde sentido una vez que nada la desafía ni modifica. Una cultura que sólo se preserva no es cultura en absoluto".
El cansancio inexplicable del que muchas personas se quejan en la calle ya fue musicalizado en los 90 por Nirvana, cuando Kurt "Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada era mejor para MTV que una protesta contra MTV", dice Fisher, filósofo que puso fin a sus días en 2017.
En busca de la salida, Rodríguez cita una columna de Pedro Gandolfo en El Mercurio, donde "habla de la ética de la flojera frente a un trabajo degradado; 'es una táctica moralmente legítima', dice. Y tiene razón. Pero ¿qué tal si el trabajo es degradación? Entonces la flojera es siempre legítima, digna. Y es un arte. El trabajo, en cambio, es una enfermedad crónica".