Editorial
Confianza
En los últimos años el valor de la palabra ha quedado en entredicho, ante la crisis transversal de confianza en nuestra sociedad. Lamentablemente, esta característica quedó atrapada en un peligroso reduccionismo, donde el resumen parece ser: si no está escrito, no vale. Incluso y peor, a veces ni siquiera lo escrito se respeta. Simplemente se obvia y hasta desprecia.
Lo que pudiera ser un tema superfluo, tiene validez en lo que pasa en el Chile actual. Lo prometido tiene escasa validez si no está ratificado por una firma, lo que demuestra que la palabra comprometida entró en algunos casos en franca retirada.
Y esto lo vemos en el diario vivir. Políticos que no cumplen sus promesas, autoridades que dicen una cosa y después hacen otra, ciudadanos que exigen derechos, pero que no respetan a quien está al lado, y personas que sellan un acuerdo de honor y luego lo vulneran. En resumen, acuerdos deshechos con una asombrosa fragilidad.
En estos tiempos, hasta la televisión se ha valido de esta enfermedad social para realizar programas destinados a descubrir a quienes se aprovechan o vulneran las confianzas.
La Biblia y otros libros de diferentes religiones y culturas, dejan en claro que dar la palabra significa asumir un compromiso para ser una persona digna, es decir, ser honorables y honrados ante un pacto acordado a través de la empatía. En términos simples, es una carta de presentación que transmite identidad hacia los demás.
Sin embargo, el vertiginoso ritmo actual y también las nuevas tecnologías han dejado de lado este tipo de trato verbal.
Hasta antes de la era del teléfono celular, llegar a la hora a un lugar era un compromiso entre las partes, hoy parece que poco y nada se respeta. Esto es un ejemplo válido.
La recuperación de la confianza es una condición clave para que la nuestra sea una sociedad sana, desde lo más simple y cotidiano, a los más serio y fundamental; desde el vecino que devuelve el vuelto de más, hasta el político que cumple lo que prometió. El "chileno vivo", el "chamullento" y el mentiroso no pueden pasar de la caricatura a la realidad. El país no los necesita.
"Nuestra sociedad necesita recuperar las confianzas de manera transversal, desde lo más cotidiano, a los más fundamental".