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que podía. A partir de su muerte, mi abuela ya no pudo seguir viviendo sola allí, así que se mudó al pueblo. Eso hizo que, de pronto, ese lugar al que yo quería muchísimo poco a poco empezara a cambiar, a deshabitarse. Fue entonces, al sentir esa pérdida no solo de alguien querido sino también de un lugar muy especial para mí, que empezaron a surgir los recuerdos y empecé a escribirlos, a tomar nota de quién había sido yo allí, a tratar de conservarlos.
-¿Qué te provoca volver con la escritura al lugar donde creciste?
-La novela explora justamente esa sensaciones, las pone por escrito y reflexiona sobre esos temas. En mi caso, es un paisaje al que quiero mucho, pero con el que también tengo una relación conflictiva. La pampa es un lugar de grandes cielos y espacios abiertos que por momentos invitan a la contemplación y destilan pura belleza y que, en otros momentos, aplastan o se vuelven violentos, abisman. Es un paisaje desafiante, de mucha intemperie, de escaso resguardo.
Dedos verdes
Falco estudió Agronomía algunos años. Y ese conocimiento le permiten destilar, en ciertos pasajes del libro, un lenguaje de hortelano.
"Ayudaba a mis abuelos en la huerta cuando era chico. Los cultivos y los jardines siempre me interesaron. Tuve huertas, armé huertas para amigos, ahora tengo un pequeño patio donde siembro sobre todo flores. Me gustaría alguna vez vivir en un lugar con más espacio, para armar un gran jardín y una gran huerta grande. Trabajar en la tierra es algo que disfruto, me gusta mucho.
-¿Qué te atrajo de la figura del ermitaño?
-Hace bastante que pienso en la figura del ermitaño, ya había aparecido en algunos de mis cuentos anteriores. Creo que me interesa, sobre todo, por esa soledad en el paisaje. Por supuesto que pueden haber ermitaños de ciudad, pero a mí siempre me llamaron la atención esas personas capaces de dejar caer todos sus vínculos para aislarse y hacerse uno con la naturaleza. Me atraen y me parecen un gran misterio. Nunca sé si hay un gesto completamente vital allí, de unión completa con el paisaje, o algo más bien tanático, de renuncia, de sustracción de lo social, de la vida en comunidad.
-Háblame de ese discurso amoroso que aparece en la novela, ¿qué te parecen las neurosis por las que se pasa cuando se ama?
-Algo que el narrador de la novela dice un par de veces es que no es fácil estar con otro. Y es algo que yo comparto por completo. Estar con otro, compartir la vida con otra persona, permitirse un vínculo de amor con otra persona siempre implica un cierto esfuerzo, aunque sea de paciencia, de tratar de entender, de estar abierto a lo que el otro proyecta en uno y a tratar de discernir lo que uno proyecta en el otro. En ese sentido, siempre creo que es más fácil estar solo. Lo que no significa que sea más lindo, o más disfrutable. Ese es el gran nudo que se forma en torno al amor: es un desafío, requiere trabajo, cuidado, pero es algo que nos amplía la vida, nos pone en contacto con lo placentero, con el deseo, con lo vital.
-Solías escribir cuentos, ¿qué certezas o rutas se te abrieron con el ejercicio de esta novela?, ¿son como los huertos las novelas?, ¿y el cuento, sería un jardín?
-No se si marcaría una diferencia entre la escritura de cuentos y novelas, así como no sé si marcaría una diferencia entre cultivar un jardín y cultivar una huerta. Me gustan esas huertas donde todo viene un poco mezclado, donde hay caléndulas entre los colifores y zinnias al lado de los pimientos. En todo caso, por el momento trato de ir encontrando espacios para la escritura y después ya se verá qué sale de eso.
-Hicieron una adaptación de tu relato "Flores nuevas". ¿Cómo fue verlo en teatro?
-Hicieron un trabajo realmente extraordinario. Nadir Medina, como director e Ignacio Tamagno, como actor, se lucen completamente. Ignacio además es de una ciudad muy cercana a mi pueblo, lo que le permite relacionarse con la historia de una manera muy personal y particular. Hace un trabajo con su voz, con sus modos de habla y de pronunciar que es casi milagroso. A mí, cada vez que asisto a una función, vuelve a emocionarme. Es como si escuchara a un ex compañero de escuela, a algún amigo, contándome su vida sentado en la punta de la mesa, después de una comida en común.
-¿Qué estás haciendo ahora?
-Traduciendo unos cuentos de Deborah Eisenberg que van a publicarse en Chai Editora a fin de año. Además, estoy con una serie de textos entre manos.
"Creo que es más fácil estar solo. Lo que no significa que sea más lindo, o más disfrutable. Ese es el gran nudo que se forma en torno al amor: es un desafío, requiere trabajo, cuidado, pero es algo que nos amplía la vida".