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es aislarlos. El 15 de marzo nos dijeron que la condición para que siguiéramos funcionando es que nos aisláramos.

-Al comienzo uno de los personajes afirma que "de puro cobarde me salvé". Hoy, quienes podemos, ya no salimos de nuestras casas y pedimos todo por delivery.

-La condición para la supervivencia ahora es el aislamiento, y el aislamiento que sólo el miedo justifica. El miedo siempre ha sido condición para que existan las religiones, los estados, los seguros de vida, los trasplantes de pelo (ríe), pero nunca fuimos tan explícitos para aceptar que hacemos todo lo que hacemos por miedo: nos encerramos porque tenemos el miedo más primitivo, más primario: morir. Allí aceptamos condiciones que no aceptaríamos en ninguna otra circunstancia, eso es muy impresionante, por miedo hoy permitimos a los estados que nos rijan a un punto que nunca habíamos permitido.

-El miedo ahora nos lleva desde las religiones a una nueva religión, que es la ciencia.

-Con dificultades, porque es difícil creer en la ciencia, ya que es lo contrario de una creencia. Una religión está basada en la existencia de una verdad absoluta y uno tiene que tener fe en esa verdad. En cambio, la ciencia basada en la duda no es para creer. El método científico es 'poner en duda' todo el tiempo y seguir adelante mediante el ensayo y el error. Eso es lo contrario de la creencia. Y, sin embargo, ahora queremos creer en la ciencia, lo cual complica mucho las cosas (ríe). Siempre la ciencia nos dice 'no crean' y nos muestra sus propias vacilaciones: hace seis meses no había que usar mascarilla, ahora no se puede ir al baño sin ella. Hace seis meses lo peor era tocar una superficie no desinfectada, ahora te dicen que no importa, que el mayor riesgo de contagio es vía aérea. Creer en la ciencia nos complica ¿conseguiremos (como especie) alguna vez no necesitar creer? No nos ha pasado nunca todavía. Llevo varias décadas imaginando que el único gran cambio cultural sería ese: dejar de creer. No es fácil.

-Quizás es parte de nuestra condición humana: creer.

-Cuando escucho 'condición humana' saco mi revólver: no existe semejante cosa, lo que existe es cultura, momentos, adaptaciones. Esa 'condición humana' cambia, cambia, cambia, no hace más que cambiar, por lo tanto no es una condición, sino un estado de la vida.

-A propósito, en unos días vendrá a Chile -al Congreso del Futuro- Martine Rothblatt, la creadora del Proyecto Terasem, con el que se busca "llegar a la inmortalidad a través del resguardo de la información almacenada en nuestro cerebro", tal como ocurre en tu novela.

-La base de 'Sinfín' es relativamente real: estamos en un momento en que la muerte empieza a ser pensada como un error que podríamos solucionar, como un problema técnico. Hay señores que han ganado miles de millones en California (la fortuna de Rothblatt asciende a US$6.000 millones, según Forbes), que la están pasando tan bien que no tienen ganas de que esto (la vida) se les acabe, e invierten en equipos de investigación para ver cómo 'solucionan' la muerte. Ahí están las dos tendencias de las que hablo en la novela: los que creen que hay que prolongar todo lo posible el funcionamiento de nuestros cuerpos, con trasplantes de órganos, terapias, etcétera, pero que saben que de todas maneras esto en algún momento se acabará; y los que dicen que hay que trasladar nuestros cerebros a una base donde puedan durar para siempre, suponiendo además que nuestra identidad está en el cerebro, cuestión que se podría suponer o negar.

-¿No te da miedo la posibilidad de la vida eterna?

-No, me encantaría. Estoy dispuesto a salir corriendo si me dicen que en tal o cual lado se puede hacer. No tengo ninguna gana de que se acabe, es todo lo que tengo. Me gustaría que siguiera para siempre y me da mucha pena llegar tarde. A veces me impresiona pensar en que quizás seamos una de las últimas generaciones que muere: sería patético si es así, lo bueno es que no nos vamos a enterar.

-¿Por qué estás tan enamorado de vivir?

-Hay muchas cosas que me desbordan, me atraen, me excitan, me gusta todo esto. Y por otro lado, es lo único que hay. Si me dijeran 'es esto o lo otro', podría pensarlo, pero es esto o esto. Entre algo y la nada, seguro que algo es bastante mejor. Y aun así, insisto, este algo a mí me gusta.

-Mientras leía "Sinfín" recordaba el libro "Sapiens: de animales a dioses", el análisis histórico de Yuval Noah Harari, ya que tus personajes en un momento entran en el razonamiento de que si has pasado tanto tiempo en que te duele la cabeza y tomas una pastilla, o se te cae un diente y te pones un implante, ¿cuál es el problema de migrar tu cerebro a una máquina?

-Leí 'Sapiens…' por encima, pero creo que es lo mismo que está pasando ahora con la vacuna (para el coronavirus): hay gente que no para de tomar todo tipo de medicinas y aceptar todo tipo de intervenciones médicas, y ahora, de pronto, empieza a tener problemas con que si se pone la vacuna o no, qué tendrá, que esto, que lo otro… Descubren de pronto que cuando uno va al médico se está poniendo en manos de alguien de cuyo saber uno no sabe nada.

-¿Y cómo fue la experiencia de inventarte un mundo y reportearlo a la vez?

-Eso me interesó desde el principio. Un poco dar vuelta el mecanismo habitual de contar la no ficción con herramientas de la ficción: en eso consiste la crónica y el periodismo narrativo. Entonces hice lo contrario y me entretuvo bastante.

"A veces me impresiona pensar en que quizás seamos una de las últimas generaciones que muere: sería patético"

"La base de 'Sinfín' es relativamente real: estamos en un momento en que la muerte empieza a ser pensada como un error".