Nos acercamos a un nuevo aniversario patrio. Una fecha que más para celebrar, en estos momentos es para reflexionar sobre lo que somos como país, con nuestros aciertos y errores, en estos más de 200 años de vida independiente.

La pandemia del coronavirus, sin duda quedará marcada en los anaqueles de la historia, como una de esas pruebas que debimos sortear como país. Aún en curso, todavía nos impacta con fuerza, tanto, que los festejos en las fondas y ramadas debieron ser suspendidas. Mejor, cuidarse en casa.

Benito Aciares Oliva

Fernando Cabrales G., - Economista

Durante este duro año, se ha estado elaborando el nuevo estatuto de la UTA y ha sido un proceso muy aleccionador para los que hemos estado directamente involucrados. Se trata de una tarea histórica, pues no hay académicos chilenos vivos que hayan enfrentado esta tarea que beneficiará a las nuevas generaciones de estudiantes, profesores y funcionarios durante muchos años.

Es decir, somos de los privilegiados que tenemos la oportunidad de construir nuestros sueños.

Este cambio no significa destruir lo pasado, de hecho, las leyes que mandatan este proceso fueron aprobadas en el Congreso hace pocos años (2018), por lo que reflejan los acuerdos y contradicciones políticas contemporáneas. La UTA cambia radicalmente, pero sigue siendo la misma y no es un cambio trivial ni frívolo.

Es un cambio demandado hace 30 años pues los estatutos heredados de la dictadura, hacían de las universidades unos boliches que competían por estudiantes para venderle títulos. Muy lejos de lo que esperábamos de ellas y, ciertamente, muy lejos de lo que debieran ser a la luz de la evidencia sobre el desarrollo.

La UTA asume su historia y la obligación de un cambio democrático en el que participan todos los estamentos. Juntos, en patota, proyectamos el futuro y hemos discutido hasta el cansancio, nos hemos espetado panfletos, consignas y epítetos de diverso tipo. Algunos hemos cometido fault y otros han entrado sin precalentamiento. La discusión empezó lento, pero ahora involucra a casi toda la universidad y se hacen chicas las reglas de discusión.

Pero, más allá de la anécdota, la discusión ha crecido en profundidad y densidad. Para muchos ya es evidente que todavía faltará democracia (la estamental no es la única diversidad), que falta mucho para que algunos se sientan parte de una comunidad, que el conflicto distributivo no es saludable, que hay afuera autoridades, opinólogos y especialistas que desconfían de las universidades (a veces con algo de razón).

Una gran experiencia para los que discuten sobre un cambio constitucional.

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