Esta crisis mundial se nos vino a todos encima, en todos los rincones del mundo. A cada uno le toca de manera distinta, por nuestras vivencias, realidades y situaciones que llevamos en "nuestra mochila de la vida". No soy quién para decirles lo que tengan que hacer, pero si me lo permiten, les quiero hacer una invitación: Algo nos está pidiendo Dios, pero no podemos descubrirlo ni sanarnos si es que no tenemos disposición para detenernos, escucharlo y cambiar.
Este virus materializa lo enfermo que está nuestro mundo, centrado en tener y en hacer, más que en SER. Nuestra humanidad ha dejado de lado el crecimiento espiritual, la importancia de los valores, el rol de la familia, la solidaridad, la mirada compasiva y tantas otras cosas, por lograr metas materiales y tener más.
La economía es parte de la vida y de nuestra sociedad, es muy necesaria y debe seguir adelante. Sin embargo, los quiero invitar a detenerse unos minutos al día y recuperar esa capacidad de asombro que nuestras hijas e hijos nos dan al observarlos cuando juegan o conversan entre ellos, o cuando llaman a sus amigos o bien se conectan con sus familiares a través de las plataformas digitales. Veamos cómo hacen sus tareas, y reforzemos con ellos la importancia del proceso de aprendizaje, y no exclusivamente de la meta.
Tratemos de mirar el vaso medio lleno y agradecer todas las externalidades positivas que nos está dando esta situación que seguramente durará mucho tiempo. Cuántos de nosotros no decíamos: "Es que me encantaría trabajar desde la casa para estar con los hijos"; o bien "me encantaría tener más tiempo para leer, o quizás tener más tiempo para hacer lo que me gusta". Así es, ese tiempo ha llegado. Estoy convencida de que Dios nos pide en esta cuarentena una actitud de ayuno de las cosas que no nos hacen bien y/o que no nos hacen plenos. Revisemos si nuestras prioridades han cambiado y ayudémonos a alivianar nuestra mochila con cosas que quizás ya no son importantes.
Todos tenemos la misma cantidad de horas al día, pero ¿Por qué hay personas que pueden ser felices y cumplir sus metas? ¿Será que nos ponemos metas muy altas y somos demasiado autoexigentes, y que le exigimos a nuestros hijos entrar en esa misma dinámica? Y si miramos nuestro actuar ¿Disfrutamos las cosas que hacemos, el trabajo, cocinar, hacer tareas con los hijos e hijas? ¿Qué emoción colocamos en cada una? Es ahí donde debemos entrar.
Por último, los invito a sonreír más, a ser conscientes de la sonrisa, y de cuantas veces nuestro rictus esboza una. El cerebro no sabe si cuando sonríes estás haciendo algo que no te gusta, pero solo con el hecho de sonreír éste entiende que estás disfrutando, y las hormonas del estrés bajan y las del placer aumentan.
Paola Gómez
Directora Ejecutiva
CIEES Chile