Secciones

Diego Armijo, autor de "Carcasa"

E-mail Compartir

Anotando diálogos en los pasillos del mall

-¿Cómo encontraste tu camino?

Desde la literatura, el mall es un buen espacio para desarrollar fracturas. Aún recorriéndolo como una plaza plástica, todo está encerrado. Se me hizo interesante vincular la labor de los que ahí trabajan con los flujos del comercio. Poner en contrapunto que hay trabajadores que no podrían comprar toda la ropa que ofrecen. Que unos tengan que estar atrás del mostrador y otros paseen. Al ser un espacio cerrado permite que toda narración parezca una escenografía que tapa algo.

-¿Fuiste al mall a observar para inventar la trama?

-Lo he visto, recorrido, siempre. Aunque le debo el cansancio a una amiga, Valeria Garnica, que fue la mayor inspiración para construir las situaciones de la trama. Ella ha trabajado en distintos locales de mall, y yo la veía con su uniforme, conversando luego de su jornada o en carretes, y siempre el cansancio, el hambre, la precariedad. Y aunque no la he visto hace rato, sé que ahora estudia arquitectura, y me hace muy feliz, que ojalá no tenga que volver a desgastarse haciendo hamburguesas.

-Además del mall, se ve la vida periférica en "Carcasa". ¿Cuál es tu vínculo con esos sectores de la ciudad?

-Vivo en la población Glorias Navales, población de cerro, escribí un libro con ese título. Desde ahí, uno tiene que bajar para llegar al centro, al mall. Y te das cuenta, tomando micro en las mañanas, que tus vecinos van vestidos con poleras institucionales, que en el paradero del mall se baja la mitad de la gente porque van a trabajar. Me interesa la periferia, no el naturalismo ultrarealista de narraciones pulcras y santiaguinas.

El escritor Diego Armijo escribió "Carcasa" y "Glorias Navales". Antes trabajó como reponedor.


En resumen

Diego Armijo (1994) publicó la novela corta "Carcasa" (Libros La Calabaza del Diablo), su segundo libro tras los cuentos experimentales "Glorias Navales" (Balmaceda Arte Joven, 2019). "Carcasa" está ambientada en un mall y es protagonizada por una vendedora que atiende en un centro comercial.

El artista plástico que quería cometer el crimen perfecto

Aterrizó en la cartelera chilena "El robo del siglo", la comedia argentina más vista del último tiempo.
E-mail Compartir

Por Andrés Narazala R.

El 13 de enero de 2006, seis ladrones entraron en la sucursal del Banco Río de la localidad bonaerense de Acassuso y tomaron 23 rehenes. La prensa y la policía no tardaron en llegar junto a un negociador que se comunicaba con uno de ellos mediante un celular. Los delincuentes estaban acorralados. No había forma de que escaparan del edificio. Es por eso que nadie entendió lo que pasó cuando desaparecieron con 15 millones de dólares y 147 cajas de seguridad. Al pesquisar el lugar lo descubrieron: habían cavado un túnel del que nadie nunca se percató. Debido a un hecho insólito que no será revelado en este texto en beneficio del asombro, la banda cayó tiempo después. El robo al Banco Río sigue siendo recordado como uno de los atracos más grandes y perfectos de la historia latinoamericana. Y también como el menos violento: nadie resultó herido.

Ariel Winograd, un especialista en comedias comerciales como "Mamá se fue de viaje" (2017), profundiza en el hecho modificando un poco los acontecimientos en beneficio del entretenimiento. La estrategia implica también resaltar las extravagantes particularidades del caso. Partiendo por Fernando Araujo, el líder de la operación, un artista plástico que fuma marihuana todo el día y, en medio de una crisis existencial, decide que lo que necesita para realizarse es un acto mayor que funcione como una obra de arte. En su caso, el robo no responde a la necesidad sino que a una proeza de astucia. Diego Peretti ("No sos vos, soy yo") lo interpreta con gracia e inspiración.

El segundo cabecilla es un ladrón sofisticado (Guillermo Francella) que Araujo contacta especialmente para la ocasión. Lo convence con el argumento de que no puede seguir viviendo de pequeñas estafas sino que necesita una operación que marque su vida. Luego se sumarán un católico devoto, un galán casado, un mecánico y un amigo de Araujo, especialista en soluciones tecnológicas, que lleva una vida normal junto a su familia.

Winograd potencia la comedia -en la línea de "Los desconocidos de siempre" (1958), el hilarante clásico de Mario Monicelli- pero no olvida el suspenso necesario para que el cine sobre robos funcione. Para esto entiende que es necesario mostrar cada detalle de la planificación delictual y dejar que la ambición y el delirio involucrados funcionen como amenazas del mismo procedimiento. Aunque muchos espectadores conocen el final (en Argentina, donde todos recuerdan el mediático caso, la producción lleva más de 2 millones tickets cortados), la película funciona por la curiosidad que suscitan las particularidades del hecho.

"El robo del siglo" no pretende refundar el género ni mucho menos. Su fórmula es de manual pero está bien filmada, entretiene y explota de buena manera el histrionismo de dos actores que se manejan bien dentro de la comedia. Es, en definitiva, la realidad convertida en divertimento, con todo lo bueno y lo malo que eso implica.

La película tiene momentos de humor y aborda una historia conocida para los argentinos.