El actual debate respecto a reformar la ley fundamental y el posible cambio de esta suscita opiniones diversas y en muchos casos enfrentadas. Sin embargo, para formarnos una opinión sensata, podemos guiarnos por el siguiente enunciado: El único medio para afianzar nuestros derechos es elaborar una constitución conveniente a las circunstancias de los tiempos que corren, esta elección es un derecho dado por la libertad que confiere el hecho de ser una nación y que conlleva a la permanencia, seguridad y felicidad.
La radicalidad de esta consigna no es de un agitador o idea de quien escribe, más bien pertenece a fray Camilo Henríquez, pensador y prócer de la Independencia, quien, en su Sermón en la instalación del Primer Congreso Nacional de julio de 1811, dio su opinión sobre el proceso constituyente chileno y del parlamento inicial. Por supuesto, la finalidad de la homilía fue la promoción de un sistema de monarquía constitucional federal a la espera de Fernando VII, el rey español cautivo llamado "El Deseado".
Desde ese momento, la discusión sobre la constitución y sus reformas ha perdurado como si fuera una disputa de doscientos años. Y a pesar de que la mayoría de dichos reglamentos fueron redactados tras golpes de Estado y de sangrientas batallas, lo cierto es que éste parece ser el sino de nuestra patria: la reforma constante de su pacto rector acaso muestra de una inestabilidad patológica o de un profundo deseo por atender a las insinuaciones del devenir histórico. Me inclino por la última opción.
Por lo tanto, aprendamos la sabia lección de la historia a través de los moralistas en 1823, los federalistas en 1826, los conservadores en 1833, los liberales en 1870 y los demás constituyentes del siglo XX: que de ser cambiada, sólo lleve el nombre de la década que se avecina y no el de una ideología o el de un estigma difícil de sobrellevar, donde se incluyan todos quienes deseen participar y donde los nuevos actores se sumen a los antiguos para de una vez conquistar la felicidad que proponía Camilo Henríquez con aristotélica elocuencia. Tal vez esta fórmula conlleve a que los cambios que pretendan hacer nuestros hijos o nietos no sean el fruto de un enfrentamiento, de manera tal que sea la manifestación auténtica de la necesidad de entenderse nuevamente y cada vez.
Considerando el pasado chileno, en buena hora se pondrá freno a la refriega para dar paso a un plebiscito, donde todos los ciudadanos impregnados de nuevas virtudes podrán elegir los mecanismos para constituirse. Siempre habrá opiniones disímiles y sectores inconformes, más si anhelamos la paz, el deber será unirse a la construcción del pacto que a ella necesariamente conduce.
Felipe Orellana O.
Centro de Investigaciones Históricas