Hace algunos días la CChC puso en manifiesto las dificultades de adquirir una vivienda en Chile. A raíz de aquello La Estrella de Arica realizó un ejercicio que ilustraba la misma situación en Arica y Parinacota. Al respecto estoy en completo desacuerdo. El ejercicio se hizo en base al ingreso personal, cuando el estudio de CChC se hizo con el ingreso promedio del hogar. Según el INE, el ingreso mediano (más representativo de la realidad que el promedio) de la región es de $804.000, por tanto, para adquirir una vivienda de $40.000.000 sería necesario un crédito de plazo más o menos de 17 años (pagando sólo capital), lo que es mucho más accesible que el crédito de 30 años mencionado por el diario. Por último, aunque el estudio de la CChC presentó cifras alarmantes para otras regiones, éstas distan de ser comparables con Arica y Parinacota. Nuestra región tiene una densidad poblacional mucho menor, el costo de las viviendas es más baja y el ingreso mediano del hogar es mayor al nacional.
Temor en las alturas
"Me preocuparía un país que lo empezaran a manejar 10 mil tuiteros", señaló recientemente Alfonso Swett, presidente de la poderosa Confederación de la Producción y el Comercio, en relación con el debate en torno a la rebaja de la jornada laboral.
La afirmación prácticamente repite lo expresado hace algunas semanas por el senador socialista José Miguel Insulza: "Si los políticos van a leer lo que dicen en Twitter en la mañana antes de ir a votar al Congreso, estamos perdidos".
Ambos dichos reflejan en forma indisimulada la incertidumbre y el temor que han comenzado a sentir los sectores dominantes de la política y la economía ante la creciente influencia de las redes sociales. Y ello sucede no solamente en nuestro país. Efectivamente, hay cada vez más evidencia que las redes como Twitter, Instagram o Facebook no son solamente un nuevo instrumento de comunicación, sino que representan un fenómeno que está cambiando las formas de relacionarnos entre los seres humanos. "El control se nos escapa": esa habrá de ser la íntima sensación, por cierto no confesada, de los sectores dominantes. Y es que por primera vez en la historia de la humanidad, las personas comienzan a comunicarse e interactuar fuera de normativas y controles previamente establecidos. Y lo que vale para Uber y Cabify, con la consiguiente indignación de los taxistas, vale con mucha mayor razón la comunicación política. La élite se siente desarmada y además desnuda: la cantidad de escándalos que remecen a todas las instituciones sin excepción es una característica de la era de las redes. Y si bien éstas distan de ser solamente virtuosas, pues también se prestan a todo tipo de falsedades y engaños, hay un hecho indesmentible: su influencia en la sociedad seguirá creciendo día a día.
Emilio J. Jiménez Cáceres
Jorge Gillies