No era cualquier tarde-noche. Era especial. La esperada fiesta, bien comida y con harto baile, hasta que dieron las dos de la madrugada. Entre el ruido ensordecedor, el celular vibró sin detenerse hasta que lo contestó. Un familiar grave y en riesgo vital en sólo minutos cambió el sentimiento de alegría, por el dolor e impotencia.
Así de rápido es el tránsito de nuestros estados de felicidad y placer a los de amargura infinita. Basta que cambie la paz del momento y sea trastocada por eventos nefastos, en que poco podemos hacer más que rezar y apoyarnos por quienes nos aman, para hacer más tenue lo que nos preocupa.
Quien no haya vivido episodios dolorosos, no podrá imaginar cómo se siente ese vacío sin respuesta, ese letargo de color oscuro que nos envuelve y atrapa, sin dejar que nuestros pulmones respiren con libertad.
Y así seguimos, cada uno con su mochila, con el peso de la historia que hubiéramos preferido no cargar, pero el destino está ahí, escrito con letras imborrables. ¿Qué nos queda? Armar nuestras vidas con los dolores que tarde o temprano se disipan, porque nada es para siempre, ni el dolor, ni el placer, ni la alegría, ni el amor. Todo tiene las dosis justas para ir toreando el ir y venir de cada día.
Somos incapaces de alejar los problemas, que aparecen más fuertemente en quienes están luchando por satisfacer sus necesidades básicas. Pero luego, una serie de circunstancias van haciendo pesado el camino de muchos. Aquí surge la pregunta, ¿Cómo acomodamos la vida para que sea más linda? Si estamos sanos y nuestra familia y contexto cercano también, quizás es suficiente para ser felices; si tenemos poco dinero, porque las oportunidades no existen para todos, podremos organizar nuestras vidas en torno a los presupuestos, y claro está, emprender nuevos proyectos para adquirir más recursos.
Lograr la paz y sentir esa esquiva felicidad por momentos en nuestras rutinas, es un sentimiento impagable que hay que dejar que se detenga por el mayor tiempo posible. Y que no nos complique la espinilla que nos salió en la nariz, ni las canas, ni las arrugas, ni el sobrepeso, ni la cara de mierda cuando hemos dormido cuatro horas, son solo boludeces como diría mi amigo argentino.
El abrazo, el amor de los que nos rodean y los mensajes positivos, son el alimento para nuestro espíritu que nos nutre y alienta a seguir con menos piedras en la mochila, y conquistar cada día un espacio de luz, que a veces pareciera no existir.
Invitación a reflexionar
Qué estos tres días festivos que se nos vienen sean de efectiva reflexión en torno al tipo de sociedad que estamos construyendo, presa de un individualismo voraz. Amén.
Ada Angélica Rivas
Marcelino Sagués Molinari