Buscavidas. Recuerdos de un vagabundo
Jim Tully
Jus Libreros y Editores 210 páginas
$ 17 mil
Jim Tully
Jus Libreros y Editores 210 páginas
$ 17 mil
De sangre irlandesa pero nacido en Ohio, Jim Tully fue best seller en su tiempo e incluso "Buscavidas" inspiró una película en 1928, en pleno apogeo del cine mudo. La cinta fue dirigida por William Wellman.
Con una prosa honesta y sin pretensiones literarias, Tully comenzó su relato precisando que antes de consagrarse a la vida errante tuvo tres intentos: "Realicé tres viajes fallidos antes de convertirme siquiera en un aprendiz de vagabundo. No hay que olvidar que los vagabundos se toman muy en serio su profesión: en el juego hay mucho que aprender y aún más que sufrir", nos advierte al empezar.
Los historiadores concuerdan que tras la Guerra de Secesión apareció el vagabundo en Estados Unidos encarnado en miles de hombres que volvían a sus hogares devastados, cual Ulises después de Troya. Se estima en un millón los que deambularon por el país entre 1870 y 1930, trabajando en minería, faenas agrícolas o temporalmente en fábricas, pero sin alejarse de las vías del tren, el entramado vital de sus desplazamientos.
Uno de ellos fue Jim Tully, huérfano desde los seis años y confinado en un terrible orfanato de Cincinnati hasta los doce, cuando escapó y empezó a trabajar en una granja que abandonó a los catorce años por los malos tratos que recibía. Los seis años que Jim Tully recorrió los caminos de Estados Unidos, entre 1901 y 1907, le proporcionaron miles de anécdotas y aventuras placenteras, así como momentos peligrosos y de tristeza.
Una y otra vez, a lo largo de todo el relato, queda claro que el principal incentivo del protagonista es el sentido de libertad absoluta que obtiene de esa vida dura. Una existencia arriesgada pero que también detenta la belleza de dormir bajo las estrellas y, cuando hay suerte, en fragantes pajonales.
La mayor parte de su tiempo va encaramado en incómodos y peligrosos trenes de carga, de los cuales baja sólo cuando encuentra un pueblo donde la policía no sea muy dura con los vagos, subsistiendo de la comida y bebidas de tabernas donde encuentra a un borracho bondadoso que quiera escuchar sus historias por un tentempié, o bien cocinando en el descampado guisos simples con lo que obtiene de la limosna.
PENURIAS DE LA RUTA
El frío y el hambre, las peleas con los guardias ferroviarios y con otros vagabundos son repasadas por Tully, quien nos entrega retratos memorables, como el de Amy, "la hermosa gordita" del circo, para quien trabaja un tiempo como iluminador y proveedor de su whisky con soda. "Amy pesaba más de doscientos kilos. Su número consistía en bailar sobre un escenario de grueso cristal con un tul blanco detrás de los hombros. Se suponía que eso le hacía parecer un ángel. Mi trabajo consistía en ir cambiando el color de la luz mientras ella bailaba".
Otro personaje que desfila entre sus páginas es el intrépido ladrón Oklahoma Red, experto en abrir cajas fuertes. "Era muy corpulento. Tenía las manos grandes como jamones y unos brazos que casi le llegaban hasta las rodillas. Su rostro, que alguna vez debió ser apuesto, tenía una expresión feroz. Apenas tenía labios y las comisuras de su boca se curvaban levemente hacia abajo. Llevaba un cigarrillo encendido y el labio superior parecía no tocarlo, colgando hacia abajo amenazando con chamuscar la maraña roja de su barba".
Los sufrimientos físicos del protagonista también se toman la narración, con los episodios de sus estoicos padecimientos de malaria y tifus que ponen a prueba su fortaleza.
El argot de los trotamundos y sus propias reglas quedan de manifiesto en el episodio carcelario llamado "El tribunal de cartón", en el cual él y un compañero son sometidos a una especie de juicio dentro de una penitenciaría. "Un vagabundo cojo que hacía de alguacil nos llevó frente a "su señoría", un delincuente decrépito y bigotudo que no paraba de rascarse. Llevaba una camisa a rayas blancas y negras de recluso y tenía el carrillo izquierdo hinchado por el tabaco que mascaba. Escupía a cada rato y con gran precisión en una caja de madera llena de aserrín. "Su señoría" se limpió los labios con el antebrazo después de escupir y la nuez de su garganta subió y bajó varias veces, como si una ranita saltara bajo una manta amarilla".
Tully fue un lector voraz, educado en las bibliotecas públicas que a veces visitaba, y de las cuales siempre se llevaba un libro.Se fue haciendo escritor leyendo clásicos rusos.
También se dedicó en Ohio a podar árboles y fue boxeador. Tuvo un paso por el periodismo en revistas como Enquirer y Vanity Fair, donde escribió entrevistas a personajes como Diego Rivera y Chaplin, de quien se hizo amigo y terminó como su asistente cuando aquel preparaba "La quimera del oro". En ese mundo del espectáculo y gracias a las buenas ventas de sus libros, que siguieron cierta estela de realismo duro apoyado en su propia vida, Tully pudo codearse con celebridades literarias y del celuloide. Se cuenta que una vez estuvo en una misma habitación de hotel compitiendo por el cetro de quién bebía más con un peso pesado del alcohol: el escritor Jack London, voz autorizada de la vida peligrosa y el vagabundeo; en otra arista figura el escritor Francis Scott Fitzgerald, quien enterado de lo bueno que era para los combos, trató -infructuosamente- que se enzarzara en un match de box con su amigo y rival Ernest Hemingway.
Pariente del "Tom Sawyer" de Twain y con resonancias en el imaginario de Jack Kerouac y su novela "En el camino", en las historias de Tully asoma esa gente que Dorothea Lange capturó con sus fotos, personas de la Norteamérica más pobre, esa que también resuena en la música folk de Guthrie y el blues de Lead Belly, la banda sonora ideal para acompañar este recorrido.