"Trastornos del sueño":filmando un agobio sin fin
Sofía Gómez y Camilo Becerra ("Perro muerto") construyen una ficción con métodos documentales. A través de las desventuras de un guardia, aborda el hacinamiento social. Cine local, crudo y necesario.
Camilo Becerra debutó en "El último sacramento" (2004), película colectiva en la que compartió la dirección con Carmen García, Rosita Angelini y Eugenio González. Pero su verdadero despegue fue con "Perro muerto", largometraje que ganó el Festival de Cine de Valdivia en el año 2010. Ambientado en un Santiago en estado de reconstrucción, su foco fue una clase media descolocada que debe definir su lugar en el mundo.
Sofía Paloma Gómez ofició de guionista y actriz en esa lúcida ópera prima. Dos años más tarde, y con la producción de Becerra, ella retrataría la vida de adolescentes al interior de un centro de salud mental en el aclamado documental "Quiero morirme dentro de un tiburón" (2012). Becerra y Gómez formaban así una coalición que, de espaldas a las fórmulas de moda, y con ciertas conexiones con el cine de José Luis Sepúlveda y Carolina Adriazola ("Mitómana", "Il Siciliano"), se acercaba a la marginalidad lejos de idealizaciones de cartón piedra. "Trastornos del sueño" es la primera película que co-dirigen. El centro es, una vez más, la clase media carente de grandes oportunidades, concentrada en Joel, un guardia nocturno que es despedido de su trabajo. Enfrentado a la precariedad, no le queda otra opción que regresar al hogar materno donde también vive una abuela que padece de Alzheimer. El espacio físico es tan agobiante como el mundo cerrado de un personaje que constantemente tiene encuentros sexuales con su prima Mari. No hay escapatoria ni sorpresas en este microsistema, y la cámara lo resalta a través de planos cerrados que privilegian los rostros al inhóspito paisaje urbano. Cuando los diálogos no son hirientes -producto del hacinamiento- se entregan a digresiones sobre el futuro, el trabajo y los sueños. En esto último hay un énfasis particular: este es un mundo de pesadillas y recuerdos rotos que no ayudan a aligerar la experiencia vital. "No tengo recuerdos buenos", dice en una escena la madre de Joel, descartando la nostalgia como sanación. El contexto en el que transcurre la historia -los días previos al Año Nuevo- tampoco genera expectativas. Ni el pasado ni el futuro funcionan para sobrellevar un presente agrio.