Mayo de la madre
Mayo hace brotar nuevas lágrimas, entre suaves y ásperas, entre dulces y amargas, y con una cierta luminosidad a ratos ensombrecida por ráfagas de sombras interiores. Es que mayo nos trae la imagen más sublime que tiene todo ser humano sobre la tierra, esa figura que puede ser frágil, delicada en su forma corpórea, en sus gestos y ademanes, en el timbre de su voz, en la ternura de su mirada, pero claramente fuerte, vigorosa, atrevida, decidida, en la defensa y protección de los seres que ella creó. Mayo, nos trae la figura de la Madre.
Y la imagen de la Madre, cuando está presente en esta vida, cuando nos acompaña, nos llena de luz, de amor, de alegría, de agradecimiento por tenerla, por mirarla, por abrazarla, por escuchar su voz, sus amorosos sermones, por sentir, agradecidos, que la tenemos.
Esa misma luz, esas suaves lágrimas, nos llegan cuando ya no nos acompaña por estos senderos terrenales, y especialmente en mayo, cuando la recordamos de manera especial, cuando rememoramos su amada figura, cuando abrimos el álbum de los recuerdos anidado en nuestro corazón, y recreamos tantas, tantas vivencias con ella. Pero, esa luz y esas lágrimas, se ensombrecen y llegan con asperezas, con sabor amargo por la enorme inmensidad de la nostalgia, por la soledad enorme de su ausencia, por la tanta falta que nos hace para asedar nuestros días, para recibir sus cariños, para abrigarnos en el calor de sus abrazos, para sanarnos con el remedio de sus besos, y también para decirle miles de veces cuánto la amamos, por todas las veces que no se lo dijimos cuando pudimos, y para pedirle perdón por todas la veces que pudimos haberle fallado.
Mayo nos remece la conciencia y nos invita a homenajear a nuestra madre, a saludarla, a entregarle un regalo, como muestra de todo el amor que nos inspira. Hagamos de mayo todo el año, y todos los años sigamos amando con toda la fuerza a nuestra madre.