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El "Tata" de 91 que lo lleva lento, pero seguro

Germán Carlevarino no tiene infracciones de tránsito y trabaja en la línea U30. Dice que el servicio es lo suyo, mientras ameniza recorridos con anécdotas e historias.
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En la línea U30 lo conocen como el Tata. Germán Carlevarino, de 91 años, ostenta orgulloso el título de ser uno de los choferes de colectivo con más años en el cuerpo.

De ascendencia italiana, pero nacido en Arica, el servicio es lo suyo. Gracias a la rutina que inició en la década de los 80, Carlevarino se mantiene activo, lúcido y gracioso. Lo único que parece indicar el paso de las décadas es la lentitud que mantiene al volante.

Esa característica ya es casi un sello. Un día, una pasajera lo hizo parar y cuando reconoció que era el auto del Tata, entre risas le dijo, "disculpe, pero voy apurada", y a Carlevarino no le quedó más que seguir su camino, sin llevar a la mujer.

Esas anécdotas, más los recuerdos de un Arica tan distinto como lejano, marcan el servicio que el hombre le da a sus pasajeros. "Trabajo porque me gusta tener contacto directo con la gente. Los atiendo de manera especial, converso con ellos y les cuento algo de la historia de la ciudad", reconoce quien a la fecha, no registra partes en su hoja de vida.

Padre de nueve hijos, veintitantos nietos, bisnietos y un tataranieto, recuerda con detalle su época jugando fútbol en canchas desaparecidas, como la que existía donde ahora se ubica el hospital o el ex estadio, que actualmente es una población cuya tierra roja quedó para siempre como testigo de encuentros pasados con las salitreras.

"Tuve una vida aventurera. En mi juventud me gustaban las fiestas, pero nunca fumé ni me drogué, aunque eso se veía mucho en la época del Manhattan, en que la cocaína se ofrecía como si nada", recuerda haciendo alusión a los 60 y 70, época dorada de Arica.

Tallarines y la malaria

Carlevarino cuenta con nostalgia que la mayoría de sus amigos han partido de este mundo. El último fue Aldo Lombardi, otro descendiente de tanos cuya familia se estableció en la puerta norte de Chile.

Los abuelos del Tata llegaron primero a Argentina, después a Lima, el sur del Perú y finalmente, Arica. Aquí el abuelo se instaló con una fábrica de tallarines y chocolates.

El padre, en tanto, consiguió una chacra en Azapa. Todo iba bien en la familia hasta que llegó la malaria y se lo llevó. "No había tratamiento, él se complicó y falleció. Yo era muy pequeño, así que no sentí la muerte de mi padre", dice.

Aún así recuerda unos paseos sobre carros tirados por caballos, en los que recorrían las acotadas calles. Llegaban hasta el actual sector de la Cardenal Raúl Silva Henríquez, donde había lagunas y patos. "Se cazaban para hacer el plato de tallarines que era muy distinto al que se prepara ahora. Antes era con la pasta en capas, como un pastel de fideos, con las presas de patos entremedio", rememora.

Los pasatiempos

A Carlevarino le gusta conversar. Vivió unos años en Estados Unidos, por lo que aprovecha de practicar inglés cuando los misioneros mormones tocan su puerta, cuenta como quien relata una travesura.

También lee. Tiene una colección de la revista Selecciones o engancha con libros nuevos como "La historia secreta de Chile" de Jorge Baradit. Ahora bien, si no hay ganas de leer, está la televisión, en la que sigue los partidos de fútbol sobre todo los de la Universidad Católica, su equipo. También le gusta vitrinear. En las casas de repuestos es un personaje conocido, aunque confiesa que aún no conoce el mall.

¿Hay algo que le falte por hacer, don Germán?

No sé si me quede mucho tiempo, pero algo pendiente es enseñar fútbol a las nuevas generaciones. Hice un curso de monitor deportivo y me encantaría enseñar".