La visita del Papa ha marcado el quehacer informativo de los últimos días en Chile, particularmente desde el momento en que Francisco aterrizó en Santiago.
En el marco de una breve gira, el pontífice se reunió con los fieles de la capital y también lo hará con los del sur y del norte del país.
En esta última etapa, no alcanzará a llegar hasta Arica, pero estará lo suficientemente cerca como para permitir a cientos de peregrinos trasladarse hasta la vecina Región de Tarapacá.
Quienes así lo hagan, vivirán una experiencia que seguramente los marcará y recordarán por largo tiempo, porque es innegable la influencia que ha tenido y aún tiene la Iglesia Católica en Arica y Parinacota.
Esta se expresa en la educación, con establecimientos que han marcado a generaciones de ariqueños, como el San Marcos y el Santa Anna, junto a otros que, sin pertenecer a la Iglesia, se denominan como católicos, entre los que se cuentan el Cardenal Antonio Samoré y el North American College.
También se expresa en las relaciones con los países vecinos, con los que la voluntad de encuentro se expresa en figuras como el Cristo de la Concordia, en la línea de frontera entre Chile y Perú, y el Cristo de la Paz, sobre la cima del Morro.
Pero donde con mayor fuerza y autenticidad se expresa la influencia de la Iglesia en la región es en la religiosidad popular.
Esta se manifiesta, principalmente, en los bailes religiosos y en las numerosas fiestas patronales de los distintos poblados de la región, con su máxima expresión en Las Peñas.
Son estas la muestra palpable del sincretismo religioso que surgió del encuentro del cristianismo con la cultura aymara, que en lugar de resistirse frontalmente, se adaptó y dio forma a una tradición hoy viva y presente incluso trascendiendo fronteras.
Es la presencia en la región de una Iglesia que a nivel local se ha mantenido austera, cercana al pueblo y ajena a los casos de abusos que la han mancillado en otras zonas.
Así debe mantenerse, reforzada ahora por el mensaje de Francisco.