Los secretos de los juguetes ochenteros
Netflix estrena "The toys that made us", serie documental que indaga en el auge y caída de la industria en los años 80. Un golpe de emoción y nostalgia para quienes valoran la importancia de un Halcón Milenario de plástico.
El cometido nostálgico que comenzó en Netflix con "Stranger things" se convirtió en especialidad de la casa. Está claro que el grueso de los consumidores de la plataforma de streaming son cuarentones con melancolía que añoran sus universos infantiles y que las estrategias de contenido tienen una inclinación hacia ellos. Pero, si las referencias estaban hasta ahora diluidas en producciones revisionistas, "The toys that made us" es un golpe directo al corazón.
Estrenada simbólicamente dos días antes de Navidad, la serie documental revisa -en cuatro capítulos- la gloria y caída de la industria de juguetes de los años 80 y sus ventas billonarias gracias a nuestros entusiasmos de niño. Cada episodio está dedicado a una colección en particular -"Star Wars", "Barbie", "He-Man" y "G.I. Joe"- y es narrada por una voz graciosa que perfectamente pudo haber promocionado los productos de plástico en las transmisiones televisivas de esos años. El elemento cómico alcanza también una factura lúdica que enfatiza los testimonios insólitos, recrea con actores los hitos de la historia y ofrece un par de pequeños momentos animados que condimentan la narración.
Pero lo más revelador de "The toys that made us", además de las anécdotas, son los personajes que están detrás de esos divertimentos que alguna vez nos obsesionaron: hippies, freaks y empresarios excéntricos que estuvieron siempre al borde del colapso. Como los empleados de Kenner, una pequeña compañía de Cincinatti que fue la única que aceptó la propuesta de George Lucas de hacer figuritas de "Star Wars". Todo ocurrió a la rápida, desesperadamente, pocos meses antes del lanzamiento de una película que pudo haber sido un rotundo fracaso.
El documental recuerda las reuniones, las tensiones de poder con Lucas, las improvisaciones (a uno de los diseñadores se le ocurrió armarle una capa a una de las figuras de prueba con un pedazo de su calcetín sucio) y las decisiones que finalmente terminaron revolucionando la industria, desde el complejo diseño de las naves hasta el tamaño de los muñecos, mucho más pequeños que los que se estilaban en esos años. Todo ese proceso creativo fue el comienzo de un imperio que ha recaudado más de 7.000 millones de dólares.
El primer capítulo se hace cargo también de algunas figuras fallidas que adquirieron la condición de mitos, como el Boba Fett que lanza cohetes -que en verdad se fabricó, pero tuvo un tiraje limitado- o un Emperador que venía con su trono galáctico (se extraña, sin embargo, el gran mito que circuló en el Chile de los 80: la existencia de un Darth Vader al que se le puede sacar el casco). En el caso de "He-Man" no hubo una película que sostuviera la creación de juguetes. Todo fue sui generis, desde la invención del héroe por un tipo obsesionado con el físicoculturismo hasta la ampliación delirante de un universo que acogió de todo: mitología nórdica, guiños medievales, criaturas, ciencia ficción y fantasías psicodélicas (como Sy Klone, esa bizarro He Man azul). Uno de los creadores, de hecho, confiesa que crearon algunos de esos personajes bajo el efecto del alcohol.
El capítulo de "Barbie", por su parte, es una fuente de anécdotas sabrosas. Y también el de "G.I. Joe", esa serie de juguetes que nació en los 60, decayó con los climas antibélicos de Vietnam y renació en los 80 bajo el nacionalismo de la era Reagan.