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Doscientos viejitos pascueros viven en la casa de su propio doble

La familia Acevedo Ubilla decora su hogar apenas llega diciembre. El pesebre y Papá Noel son fundamentales en la casa ubicada detrás de la Tercera Comisaría de Carabineros.
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Cuando Verónica Ubilla tenía seis años y vivía en Valparaíso, los pesebres no eran de yeso ni de madera. Eran vivientes. Recuerda que María, José y el niño Jesús eran de carne y hueso, así como los animales también eran de verdad y formaban parte de las antiguas navidades.

Sin embargo, otro recuerdo que se grabó a fuego en su memoria, fue el de su abuela paterna, quien en esa fecha le prometía la llegada del Viejo Pascuero, pasada la medianoche, con algún "embeleco", como ella misma recuerda. La mujer mandaba a los niños a acostar y con campanas fabricadas con tarros, los hacía despertar de un brinco para ver qué novedades traía el viejito.

Por eso, la Navidad para Verónica tiene un sentido distinto. Desde la infancia se le inculcó que el nacimiento de Jesús era lo más importante de las fiestas, pero que, de igual forma, el bonachón Pascuero era un personaje especial, mágico, que buscaba hacer feliz a los niños.

Ya casada con Luis Alberto Acevedo, con hijos y nietos, decidieron adornar su casa con motivos navideños, donde las luces y los sonidos no faltan y desde hace más de 20 años, exhiben a quien quiera mirar, la gran colección de figuras que con el paso de los años han logrado reunir. Hasta libro de visitas tuvieron, donde los visitantes los felicitaban por la iniciativa.

Junto con los adornos, destaca un tren creado manualmente y que recorre cada una de las añosas estaciones que existían entre Arica y Visviri.

"A mí me gustan los trenes, desde siempre. Y como trabajé en el interior, escuchaba relatos de ex ferroviarios. La gente cuando ve las réplicas, se emociona, porque les recuerda a sus familiares que estuvieron relacionados con el ferrocarril", cuenta Luis Alberto.

El tren, los pascueros, las luces, el agua que corre por unas cascadas en el ficticio Belén armado por esta familia y hasta un volcán fabricado de papel de envolver son la principal atracción para niños y adultos, quienes, cuando comienza a oscurecer, llegan a la calle Echenique a tomar fotos y compartir con los dueños de casa.

Cortinas cerradas

En los 80, los Acevedo Ubilla vivían en el sector del Cerro La Cruz. Un día de diciembre, Verónica y Luis Alberto bajaron al centro y por calle San Martín, divisaron un lindo pesebre al interior de una casa. Se acercaron a mirarlo, pero el dueño de casa cerró de golpe las cortinas. Fue entonces que Verónica pensó que el día que pudiera tener una casa decorada para Navidad, sería para que el que quisiera pudiera disfrutarla.

En 1992, en octubre- lo recuerda bien- le regalaron el primer Viejo Pascuero de una colección que hoy supera los doscientos. Y están en todas partes, en la cocina, en el living, en puertas y ventanas.

"Siempre me gustaron, al igual que los muñecos de nieve. Todos tienen esa misma expresión de viejo sonriente, no me gustan esos con nariz roja que parece que vinieran de una resaca", cuenta.

Así se fue armando la colección, con viejitos que escriben, que cantan, que bailan, que tocan instrumentos, que miran fijo... se los regalaban o bien, los compraba.

Poco a poco, la casa de esta familia se fue convirtiendo en uno de los hogares que más destacan en esta época y que recibe la visita de cientos de curiosos, que incluso se animan a esperar las 12 afuera de su casa para la Navidad.

"Acá celebramos el cumpleaños de Jesús. No hay cena, acá comemos torta y bebida.

También hacemos una especie de procesión por la población con quien quiera acompañarnos. Llevamos el pesebre para después dejarlo junto a los demás adornos, en el antejardín", relatan.

Ayudante de santa

El día que Luis Alberto dejó de trabajar, su nieta le pidió que se dejara crecer la barba y el pelo. "Los niños siempre quisieron verlo a él vestido de Viejo Pascuero", cuenta Verónica. Sin embargo, no pudieron convencer al hombre, pese a que también se lo han solicitado los vecinos e incluso, desde algunas escuelas y jardines infantiles.

"Es que yo no soy Santa, soy sólo su ayudante", confiesa Luis Alberto riendo y asegura que está en busca de una jardinera y una leñadora para parecer un verdadero colaborador del Polo Norte.