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El local más que centenario donde reparar neumáticos es un arte

Ya con su tercera generación en el negocio, Vulcanización 'El mono', ha sabido maniobrar al tiempo por casi 100 años. Aquí reparar neumáticos es asunto de arte (y peligro).
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El sol se asoma con nitidez sobre la ruidosa residencia que hace esquina en la movida y también transitada calle Monjas, en Valparaíso.

Afuera, un hombre -a la distancia- joven recorre el exterior con el neumático a toda prisa. Con la misma velocidad, retorna al interior del garaje por una herramienta, en apariencia pesada. El sudor perla su frente, mientras las extremidades superiores se confunden cubiertas a la grasa oscura del taller, que no es cualquiera en el plan.

Hablamos de Vulcanización 'El mono', la más longeva, querida y ahora rentable, aseguran chochos a la interna. Un local que se hace visible por sobre otras 20 vulcanizadoras en 'Pancho' (incluido sus cerros). Marcelo de Cachureos y 'Bigote' Arroset, han sido clientes "fieles y famosos".

Riesgos y el haitiano

Pero estos talleres que pululan en varias cuadras, invitan al peligro. Las estructuras grandes, son de temer. Caperuzos han sucumbido. Hace más de una década, en "Monolandia" uno de sus dependientes perdió la vida al reparar un neumático. En 1987, en la vulcanizadora "Lisboa" (Almirante Barroso 693) el padre de la dueña, Ana María Umaña, murió al saltar el aro de un neumático que reparaba.

Aquel hombre joven, que en realidad tiene 34 años, se llama Ronald Richemond y es haitiano. Tan sólo hace siete meses, miraba aún más transpirado al cielo la ilusión que lo traería a Chile -vía aérea-, dejando atrás a sus padres, ocho hermanos y tres hijos en Cap-Haitien, su ciudad (la segunda más grande de la isla caribeña). Una travesía que, durante un alto aquí a las faenas, dice en español mezclado al créole, primero lo llevó a Santiago, para llegar dateado hasta la Ciudad Puerto.

Ronald no está para vueltas. Aquí su pega es cambiar las ruedas e instalarlas. Lo mismo que realiza a su lado, un compañero, Álex, con siete años a la camiseta puesta del "Mono". Se contrae a la musculatura con un fin: ajustar la rueda que presenta menos presión de aire, lo que se nota al conducir el Chevrolet Spark, propiedad de Olegario Villar, de población Vergara, en Viña del Mar, quien fiel, añade: "Hace 60 años -y antes- vengo a esta firma. ¡Los sigo a donde vayan!".

Ronald entra en confianza. "Yo arriendo una pieza en calle Colón, con otros amigos haitianos, pero quiero vivir solo. Me gusta este trabajo", menciona. A la vez, se contrapone una voz de fondo. Se acerca. Y balbucea en tono cándido: "Yo me lo conquisté. En la Parroquia Corazón de María pregunté por un haitiano. Grité: '¿quién quiere venir a trabajar conmigo?'. Así encontré a Ronald, que es muy buen trabajador".

La cita corresponde a María Angélica Cassasus Otárola. Ella está encargada de administrar este emprendimiento familiar. Una tradición que hoy destaca a su tercera generación, como más adelante nos contarán sus dos hijos, que están en terreno.

María Angélica nos hace ingresar a su oficina. Allí asoman porta retratos en tonalidad sepia, fotografías sueltas, piezas mecánicas y figuras alusivas a monos... algunos a escala.

Una de esas imágenes revela lo que significa este negocio para la señora María Angélica: tradición. Evoca al pasado. Se trata de su abuelo con raíces francesas, Rafael Otárola Muñoz, el fundador de esta vulcanización, la misma que hace 60 años se encontraba ubicada en Las Heras. Un 'Mono' que está a siete años de cumplir su centenario. "93 años de trayectoria. Fue mi tía Ana Alicia Otárola, hija de Rafael, quien trasladó la vulcanización a Monjas 802".

Para la nieta mayor de don Rafael, la reparación, compra y venta de neumáticos es su vida. Y como tal, se maneja en el tema: "El negocio consiste en que se saca el neumático del auto, se repara y revisa para ver que es lo que tienen".

Si la rueda presenta problemas, se le coloca un parche en frío. Ahora, se presentan casos en que llegan neumáticos hechos tiras por cuchillazos. Para eso está la máquina vulcanizadora en caliente, "se deja unos 15 minutos para que se cueza el caucho y queden bien por dentro y por fuera", acota al dato tuerca María Angélica.

Reposa al habla. Observa. Vuelve y reitera que sus hijos son los propietarios. "Yo siempre vengo a ayudarles: ellos le trabajan a varias empresas, en distintas partes", agrega doña María Angélica. Precisamente, sus dos hijos hacen presencia en el local. Santiago, San Antonio y zonas aledañas, son parte de las rutas que cubren a la cartera comercial.

Oficio sacrificado

Eduardo Ayala se identifica como sobrino bisnieto de don Rafael Otárola, fallecido. A sus 44 años de edad, resalta que trabajan en terreno con compresores móviles para grandes empresas, como Esval, Bomberos, La Armada, y su nicho favorito: los puertos. "Estoy en esto desde pequeño. Hay harta clientela que viene de generaciones", alude con el orgullo de a quien le gusta su oficio, pero con un atenuante: "Es harta la pega. Queda poco tiempo. Se sacrifica harto, pero lindo".

Más atrás, con overol a tono al aceite, Javier Sigman, el otro dueño y hermano de Eduardo, ahonda que viene de la camioneta porque sale a jugársela a terreno: neumáticos industriales, máquinas portacontenedores, camiones que trabajan al interior de los puertos, grúas de tonelaje, son parte de las faenas diarias. "También vehículos menores".

Cuando se le pregunta por la competencia, Javier aplica humildad al habla. Solidaridad al rubro: "A pesar de nosotros ser tal vez la más conocida, también está 'Vulcanizadora Lisboa'; lleva muchos años. Ana, quien está a cargo, tenemos buena relación", acota Javier a la modestia.

Juan Muñoz Cárcamo, porteño, aquí labora desde sus 14 años. De hecho, su padre también fue parte de este establecimiento. Con algunas idas y venidas, Juan, a sus 35 años, puso freno. Estacionarse a la reparación con desmontadoras y vulcanizadoras de vehículos y camiones, es su pasión. Dialoga, un tanto cortado a la pausa: "Reviso los neumáticos para pillar pinchaduras".

Al vuelo, Juan Muñoz calcula en 30 los clientes que día a día llegan acá para una "óptima atención".

Eduardo Ayala reconoce que tienen clientes en varias zonas. Eso les apuntala a las ganancias, que en ocasiones fluctúan. "A veces muy bien otras no tanto. Ahora vamos bien", agrega su hermano Javier.

Ronald, como lazarillo, guía a Claudio, otro usuario, al S.O.S exacto de un neumático mutilado. "Son excelentes", asegura.