El amor por los trenes pudo más que cualquier trauma o discapacidad
Armando Unzueta, ex maquinista de Ferrocarriles del Estado, asegura que atropelló a 42 personas durante su carrera al mando de los trenes. Esos recuerdos, según su confesión, son imposibles de borrar, pero ha aprendido a vivir con ellos.
Armando Unzueta ingresó como un joven administrativo a la empresa de Ferrocarriles del Estado en 1948, después de haber terminado su cuarto año de Humanidades en el Liceo Industrial de Curicó. Sin embargo, dos años después, su inquietud por acercarse más a los trenes le permitió trabajar como maquinista.
"Fui escalando poco a poco, haciendo cursos de especialización técnica para llegar a ser maquinista de primera en los trenes al sur", comenta con evidente orgullo.
En esta labor se desempeñó durante 30 años, pues debió dejarla debido a una discapacidad auditiva que le generó el oficio. "Tuve que jubilar porque perdí la audición. Pero después comencé con mi afición por dibujar y estudiar la historia de los trenes del mundo para no olvidarme de ellos. Me entró la nostalgia y quería tenerlos siempre presente", comenta.
"Mi hobby siempre ha sido igual que un club de fútbol: soy hincha de los ferrocarriles", indica.
Libro
Su permanente afición por los trenes lo mantiene siempre activo. Tanto es así que hace cuatro años, provisto de una antigua máquina de escribir, redactó un libro titulado "El ferroviario y yo", de 260 páginas.
Solo imprimió algunas copias para sus familiares y cercanos, sin embargo, alberga la secreta esperanza de conseguir algún proyecto para financiar su edición y publicación de manera masiva.
El texto detalla muchas de las experiencias más inolvidables de Unzueta en los viajes en tren. Entre ellas, la pasión por recorrer los hermosos paisajes del sur del país, pero también los traumáticos episodios que debió vivir, como lo eran los atropellos.
"En el libro hay muchas historias que yo mismo me estremezco al recordarlas, porque fueron muy terribles, como son los atropellos", asegura, junto con señalar que en su trayectoria como maquinista arrolló a 42 personas.
"El tren no es como el automóvil que logra frenar a una distancia corta. No, el tren se desliza por el riel. Por eso uno siempre quedaba choqueado después de un atropello y se cuestionaba si tuve o no culpa", dice con tristeza en sus agotados ojos que ya han visto ocho décadas de historias.
El accidente que más lo impactó y que lo dejó para siempre traumatizado, según su propia confesión, fue la muerte de un niño de tres años de edad.
"Yo iba saliendo de Santiago en una máquina con motor japonés cuando recién habían llegado a Chile. El día estaba claro y en el kilómetro cuatro más o menos vi un punto blanco. Pensé que podía ser un perrito blanco, pero finalmente vi que era un niño. Tiré el freno de emergencia y toqué el claxon para que alguien sacara al chico. Y me impresionó mucho, porque el niño se me acercaba y se me acercaba con sus ojitos claros llorando. Fue tremendo cuando sentí el golpe. No quise ni ir para atrás a verlo", relata aún con dolor.
Luego revela que la familia del pequeño presentó una querella contra él apuntando a que él podría haber evitado el atropello.
"Pero eso es absurdo, el tren no podía frenar. Y ese caso me tuvo muy enfermo y hasta el día de hoy me tiene muy impactado", agrega.
Esas son las historias tristes dentro de lo apasionante que sigue siendo para este ex maquinista el mundo de los trenes.
Viaje fatal
"Dentro de los últimos viajes que hice a Concepción, pasando por el puente sobre la Gran Avenida se lanzó un suicida. Lo topamos y cayó sobre el techo de una micro. Ese viaje fue tan fatal, porque a la vuelta de Concepción, al otro día, se lanzó una persona cuando íbamos por Rancagua. Fueron dos atropellos en el mismo viaje. Era como mucho", agrega.
Pese a todo, su oficio siempre le gustó. Según él, era feliz trabajando como maquinista.