Muerte que da vida
En 1955 el trasplante de órganos en Chile estaba recién comenzando y en los diarios se publicaba que muchos niños morían a la espera de un riñón o un hígado para salvar sus vidas. Al leer esta noticia, Pamela Toledo de 12 años le dijo a su madre que si algo le pasaba donara de su cuerpo todo lo que pudiera. A las pocas semanas esta niña talquina tuvo un Accidente Vascular Encefálico con muerte cerebral y fue el primer donante infantil.
La muerte cerebral implica la destrucción total del encéfalo y su tronco, trasformando sus valiosas neuronas en una gelatina inerte con ausencia total de respuestas volitivas y reflejas. Este coma vegetativo es un estado en el cual las funciones del cerebro están ausentes, pero persisten ciertas funciones vitales como la respiración, el latido cardíaco, la temperatura y la presión arterial. Ese cuerpo humano ha dejado de ser una unidad integrada, y sin funciones físico-psíquicas, está muerto.
Sin embargo como no todos los tejidos mueren al mismo tiempo, si mantenemos artificialmente con el uso de máquinas la oxigenación y la circulación de los tejidos, tenemos un lapso en que estos órganos pueden ser trasplantados a otras personas para reemplazar a los suyos que están dañados. Es decir podemos usar la muerte para dar vida.
Esto requiere tener centros especializados para donantes y receptores interconectados a través de todo el país pues el 80% de los beneficiados son de cobertura FONASA y el órgano más trasplantado es el riñón en el 92% de los casos.
En el mes de Agosto se superó a todo el número de trasplantados en 2016 y si la generosidad de las personas y de sus familias lo permiten y autorizan la donación, nuestro país puede superar aún más esas cifras.