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Ariqueña se luce investigando parásitos en la Antártica

Melissa Rebolledo es bióloga marina y gracias a proyecto científico pudo conocer el lugar más austral del mundo.
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Desde que era niña, a Melissa Rebolledo (29) le encantaban los programas del canal Animal Planet. Más que preferir los dibujos animados, pasaba horas frente al televisor viendo documentales relacionados con el mundo animal.

Por eso, cuando ingresó a estudiar Obstetricia, al poco tiempo se dio cuenta de que ese no era su camino. Dejó la carrera y optó por Biología Marina, donde pudo incursionar en la parasitología, una ciencia que define como fascinante.

"Con la parasitología se pueden conocer poblaciones que están dentro de un organismo. Cada animal tiene su propia población parasitaria, pero no se ve, entonces buscarlos me pareció un desafío", cuenta.

Gracias a esta especialidad, a la ariqueña -egresada del Liceo Domingo Santa María- se le presentó una oportunidad única y junto a un grupo de profesionales postuló un proyecto al Instituto Antártico Chileno (Inach). Lo ganó y conoció el extremo más austral del mundo, donde realiza investigaciones de poblaciones de parásitos en peces antárticos.

Se instaló en la base científica Julio Escudero, en Villa Las Estrellas. En el lugar no hay más de 75 habitantes, cifra que puede aumentar con la llegada de investigadores de todas partes del mundo.

"Cuando llegué a Villa Las Estrellas me sentía como un punto en medio de la nada, porque es un paisaje muy despejado, que nada lo interviene. Se asemeja mucho al desierto. Es seco, no hay precipitaciones. Además las construcciones no existen, no circulan vehículos ni tampoco crecen árboles", explica Rebolledo.

Las características propias del lugar la hicieron desconectarse del mundo virtual, dejando de lado las redes sociales para dedicarse en un 100% a la investigación. "Te olvidas del celular y de internet y eso fue súper positivo".

FRÍO, karaoke Y HUEVOS

A Melissa lo primero que le preguntan sus familiares y amigos es si pasó frío. Porque para una ariqueña no es fácil pasar de los 16 grados promedio a las temperaturas bajo cero. Sin embargo, dice tener una excelente regulación térmica, lo que permitió que no sintiera el hielo de los escasos grados celsius en la Antártida. "Incluso trabajé sin guantes en aguas de cero grados", cuenta.

El frío eso sí, no perdona al respirar. El aire que penetra por la nariz se siente congelado y aunque es muy puro, provoca cierto "cansancio", porque claro, se siente la falta de oxígeno al no existir vegetación alguna.

Esta joven nunca imaginó llegar a tierras tan lejanas, donde los pingüinos están en todas partes. "Son como perritos que se acercan a uno de manera muy cariñosa. Incluso les hablas y mueven su cabecita, como si entendieran lo que les dices", explica.

Respecto a cómo pasaba los ratos libres, la profesional comenta que sus días pasaban entre las salidas a terreno y el laboratorio. "Mientras estuve allá se oscurecía a las 23:30 horas. Entonces pasaba en el laboratorio hasta que caía la noche, sin darme cuenta de que ya era súper tarde".

En cuanto a la posibilidad de "carretear", cuenta que dos veces al mes se realizaban fiestas, que incluían papitas fritas, cervezas y karaoke.

"En mi tiempo allá extrañé mucho los huevos y las paltas, que son productos que casi no se consumen. Así que llegando al continente, fue lo primero que compré", recordó.

La próxima odisea de Melissa será en la base General Bernardo O'Higgins, donde continuará su investigación.