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Las historias bajo el mar del Jacques Cousteau ariqueño

Buzo escafandra en los años 40, apoyó la construcción del molo en el puerto, donde le tocó emparejar el terreno. "Fue como hacer una cancha bajo el mar", confiesa.
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Más de cien kilos pesaba el traje de buzo que Emilio Castillo (87), utilizaba en la década de los 40 para sumergirse en aguas ariqueñas. El atuendo contaba con unos zapatos de plomo y la escafandra de bronce, que también sumaba peso a su delgado cuerpo.

Debajo de todo el armatoste, un traje de lana cubría los huesos del frío. Emilio aprendió esto y más de su padre, quien buzo también, lo inició en las tareas submarinas.

La historia de este iquiqueño de nacimiento- "pero ariqueño de corazón", como se apresura en corregir- comienza en las playas de la vecina ciudad, donde a eso de los seis años, pasaba acompañando a su padre. En ese entonces, Gerardo, el patriarca, le regaló un chinguillo de pesca, con el que pasaba horas entreteniéndose.

"Estaba todo el día pescando jaibas y después me las llevaba a la casa o las vendía. De mi padre aprendí este oficio", recuerda.

A los siete años llegó a Arica. Y de aquí no se movió más. Empezó buceando por la orilla, 'a pulso', sin aletas ni máscara. "Solo me zambullía, pescaba y vendía lo que capturaba", explica.

Aprendiz de papá

Una vez instalados en la Eterna Primavera, el padre de Emilio apoyó la construcción de un molo en el puerto, donde atracan las embarcaciones. Él decidió apoyarlo.

"A los 17 años fue la primera vez que bajé al mar con él. Trabajábamos juntos emparejando camionadas de piedras, como quien hace una calle, para ir armando el molo. Yo le ayudaba a emparejar el terreno bajo el mar, en eso trabajábamos, era como hacer una cancha bajo el agua".

Después de esto, recuerda que se dedicó a bucear sin traje, llegando hasta los cinco metros de profundidad con su chinguillo. Lo que pescaba, lo ofrecía en la caleta, donde lo apodaron "el Jacques Cousteau", en alusión al oficial naval francés, investigador del mar.

"También me apodaban el karateca, porque pescaba pulpos y de un manotazo certero los mataba", cuenta.

Ahora bien, no solo a faenas marinas se dedicó este hombre. Recuerda que en varias oportunidades le tocó salvar la vida de personas que estaban ahogándose, quienes al rescatarlos les ofrecían el cielo y la tierra, "pero nunca me dieron nada", explica riendo.

Del pacífico y la capilla

De los cinco hijos que tiene Emilio, uno de ellos se dedicó al buceo. Es que lo que se hereda no se hurta, algo que bien sabe esta familia de amantes del mar.

En tiempos pasados dice que vivió en la Chimba, en calle Pedro Montt, donde había toda clase de árboles y plantas. Hasta chacra tenía, con pozo incluido.

"Arica era una ciudad pequeña, no pasaba de Vicuña Mackenna. Era muy tranquilo, nos ubicábamos y compartíamos en la plaza los sábados y domingos", rememora.

El hombre también recuerda la época del mítico Hotel Pacífico, donde aprovechaba de vender los productos que capturaba del mar a los cocineros del lugar. "Llevaba locos, ostiones, esos que ya no existen".

Confiesa que la última vez que entró al mar fue hace siete años en el sector de La Capilla, con traje de rana, muy distinto a su antiguo buzo escafandra, y aprovechó de sacar cholgas.

"No podría haber hecho otra cosa en la vida. Es lo que aprendí y me cautivó desde siempre", finaliza.