Calles sin sentido
Unos meses atrás, visitando la Región de los Lagos con mi familia, pernoctamos un par de días en el balneario lacustre de Licán Ray.
Muy temprano salí a caminar para tratar de conectarme con ese Chile de mi infancia: Vegetación nativa reflejada en las vítreas aguas de Lago Calafquén, casas de madera, tejuelas, chimeneas humeantes, olor a pan tostado, ventanas con hermosas cenefas, grullas, inconfundibles queltehues, bandadas de loros y calles de trumao. Imágenes, puntos de fuga y colores armónicos que poco a poco quedaban en mi cámara fotográfica. De pronto, me sorprendo enfocando los más hermosos letreros que he visto, los únicos dignos de fotografiar: los que indicaban el nombre y sentido de las calles: Cacique Punolef, Cacique Marichanquín, Familia Huenumán, Cacique Catriñir, Cacique Millañanco, Cacique Carimán,
Rápidamente caminaba hacia la esquina siguiente y no dejaba de pensar en las calles de Socoroma, Putre o de cualquier pueblo de los Altos de Arica. Evidencia del brutal proceso de chilenización plesbicitaria, que obligó a los andinos con acento y aspecto boliviano-peruano a homenajear héroes chilenos y rememorar batallas y fechas importantes de la Guerra del Salitre.
Seguir en la inercia, mantener el statu quo, es un gran ejemplo de violencia simbólica: aquélla que es aceptada porque sí, inconscientemente; que no la percibe quien la ejerce, ni quien la sufre. Sin miedo al eufemismo, es extemporáneo y disonante con el entorno.
¿Qué sentido tiene ponerle nombre a una calle si no es para recordar un hecho histórico importante, o para honrar a personas que se destacaron construyendo nuestra común-unidad? Definitivamente, esa no es la dirección del tránsito, es una calle sin sentido.
Es necesario volver al territorio, no a cualquier espacio, sino al lugar, el espacio vivido, el espacio fenomenológico, hermenéutico, con sentido, con historia, con lazos de topofilia.
Recuperar los nombres de las calles, es un buen comienzo.