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Década evocéntrica

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En los últimos años el Presidente Morales ha dejado fluir su imaginación para gobernar, utilizando la coerción ilimitada contra su pueblo para cumplir sus aventuras socialistas, que da a Bolivia el puesto #168 en Índice de Libertad de Heritage Foundation, categorizado como país -reprimido- por la autoridad; #115 en el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional; #114 de 127 países en el Índice Mundial de Seguridad Internacional y Policía, en que destaca una baja confianza ciudadana en la policía y una alta militarización; descrito en el Word Press Freedom Index de "Reporteros sin Fronteras" como un país de "arrestos arbitrarios e impunidad por violencia y abusos contra la prensa". Distintas percepciones, de distintos ámbitos, pero concentrados en un lugar cuyo Presidente cumple su tercer periodo (de 5 años); en que más de 25.000 bolivianos han escapado a Chile con residencia definitiva desde 2005 (sin contar las indocumentadas) por las pésimas condiciones del país. Pero su proyecto de democracia como "función social", es decir, una de cartón mojada con los sucesivos escándalos de corrupción y agresiones a las libertades fundamentales. Probablemente, es por eso que Morales detesta la Constitución de 1980 (una Carta que limita dictaduras democráticas como la suya), porque de regir tan sólida institucionalidad en Bolivia ya estaría él en la cárcel.

Sebastián Espíndola Yáñez

La puerta de la casa

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No duermo con la puerta de mi casa abierta, porque si bien la mayor parte de la gente es honesta, dejar abierta la puerta invita a esos pocos que son deshonestos o peligrosos a convertirme en víctima, y más aún si mis vecinos cuidan de sus propiedades y no dejan entrar a cualquiera. No duermo con la puerta de mi casa abierta porque aquí duermen mis hijos, mi pareja, y las cosas que con tanto esfuerzo he logrado, y no quiero que nadie se las lleve o dañe, pues son lo más valioso que tengo. No duermo con la puerta de mi casa abierta porque la diferencia entre vivir en la calle y en la casa es que, en ésta última, tengo la ilusión, al menos, de cierto control. No vivo con la puerta de mi casa abierta porque sería convertir mi casa en la calle, y no quiero que mis hijos duerman en la calle. Chile es mi casa, y gracias a nuestros políticos, duerme con la puerta abierta. Debemos retomar el control sobre nuestras propias vidas antes de que sea demasiado tarde.

Joel Rojas Araya