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"Luz de luna" y el factor Trump

La película de Barry Jenkins sigue en cartelera tras su triunfo en los Oscar. Su historia de miserias y búsqueda de identidad remarcó lo inofensiva que es "La La Land".
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El matiz político de los Oscar ha estado siempre presente para remarcar el progresismo de Hollywood, pero en la última ceremonia tuvo un carácter urgente, desesperado. Las bromas del presentador Jimmy Kimmel, los discursos críticos e, incluso, la selección de las películas respondieron a una dinámica de resistencia frente a Trump. Fue una disidencia convertida en espectáculo, por cierto, pero tuvo incidencia en la elección de la película ganadora: "Luz de luna", de Barry Jenkins.

¿Pudo una obra escapista y ombliguista como "La La Land" haber ganado en tiempos cargados de tensión? Si hubiese sido así, ¿no habría reforzado ese gesto la hegemonía estadounidense que Trump defiende con sus garras?

Sin desmerecer los logros de la película, es evidente que su peso -y atractivo- tiene que ver con las temáticas que aborda: la marginalidad y homosexualidad en un barrio miseria de Florida. Es el lado B de ese estado que votó por Trump y que se presenta al mundo como un imperio de glamour y bienestar. Una mancha dentro de la gran postal americana.

El protagonista es Chiron, niño abandonado, hijo de una drogadicta, que encuentra algo cercano al amor paterno en Juan, un cubano que vende drogas en la calle. Es la única persona que puede atenderlo en el mundo. Sin amigos (es víctima de bullying) ni afecto hogareño, el personaje expondrá su debilidad en ropajes de melodrama. Vale señalar que en sus primeros minutos, "Luz de luna" se acerca peligrosamente al miserabilismo efectista de "Preciosa".

Pero algo más interesante va pasando a medida que avanza el metraje. El niño se transforma en adolescente, siente cosas por un compañero de colegio, va descubriendo quién es, se vuelve adulto y carga con una identidad que funciona como la suma de vivencias, traumas y aprendizajes que le ha tocado vivir. Sí, Jenkins revisa la vida de un hombre en tres etapas, en lo que podríamos describir como un estudio de la masculinidad en un mundo hétero-normativo. Y, aunque cae fácilmente en psicologismos, busca por lo menos construir una apuesta personal.

Ahora bien, la puesta en escena está al servicio de la manipulación. Jenkins confía en la eficacia de un lirismo prefabricado que va matizando la dureza del melodrama con atmósferas conmovedoras (sazonadas por la música clásica). En cine todos los recursos son legítimos, es cierto, pero no se advierte aquí una coherencia integral. Los golpes de efecto conviven con postales cargadas de sutilezas, lo explícito choca con lo sugerido, la artificialidad tensiona la naturalidad.

Con todo, "Luz de luna" es una película luminosa, dispareja, sobrevalorada, calculada, a ratos incómodamente solemne. Una pequeña producción potenciada por el clima de nuestros tiempos.