Siguiendo la ruta de los negros sin retorno
Arturo Carrasco es afrodescendiente y creó su propia Ruta del Esclavo, la que da a conocer a turistas y ariqueños interesados en la vida de los negros.
Su abuelo usaba el mismo atuendo que cotidianamente, suele vestir él. Del patriarca aprendió no solo de guayaberas y sombreros blancos, también aprendió que ser negro no era motivo de vergüenza, si no que al contrario, ese color de piel se lleva con orgullo.
Arturo Carrasco (74) tiene una memoria que no traiciona. Recuerda con nitidez su niñez en la casa del abuelo donde transcurrían sus tiernos veranos. Recuerda los carnavales y los bailes, porque "donde hay un negro, hay fiesta", cuenta con orgullo, mientras rememora el sonido de los tarros mantequeros y de galletas que servían como timbales.
Preservar la cultura y tradición afrodescendiente ha sido la misión que este hombre se propuso en su vida. También transmitirla y no solo a los hijos, nietos y sobrinos, sino a quien quiera conocer algo de la historia morena en Arica.
Ese amor por sus raíces lo llevó a estudiar. Dice que tiene libros y más libros sobre la llegada de los esclavos a esta zona nortina. Un día, un grupo de turistas norteamericanas lo contactaron para que les hiciera un recorrido por lugares emblemáticos de la ciudad. Así se le ocurrió crear su propia "Ruta del esclavo", circuito donde revive las cruentas historias de la esclavitud.
El recorrido
Cuenta que el tour parte en playa Miramar (detrás de la Intendencia, Sector de la Casa del Soldado), que para él es la puerta sin retorno. "Este era uno de los lugares de ingreso de los esclavos africanos.
Una vez acá, nunca más volvieron a su tierra natal". También muestra el sector de La Chimba, donde lavaban a los negros antes de comercializarlos.
Los estudios que ha realizado Carrasco indican que los esclavos eran vendidos a los hacendados en el sector de la Plaza Arauco, donde una vez que se pagaba por ellos, se les marcaba la piel, tal como a los ganados.
La ruta continúa con la visita al criadero, en el valle de Lluta, donde a una esclava reproductora se la juntaba con un semental, ojalá congo o Angola para tener hijos, que correrían la misma suerte que sus antepasados.
"Los tenían en una iglesia en Muelle Pampa donde después los bautizaban, en la Iglesia San Jerónimo de Poconchile. Adoptaban el apellido de quienes lo compraban", comentó.
Una vez vendidos, el destino era variado. Al interior, a Bolivia o al sur de Chile... nadie sabía el pasaje final de los hombres y mujeres que llegaron por la puerta sin retorno.
Negros alegres
A pesar de todas las vicisitudes, Arturo destaca que la vida de los afros está marcada por la alegría. "Era su modo de vida, el pasarlo bien para huir de los maltratos".
Esta vía de escape los hacía juntarse, tal como hoy, en fiestas como la de San Juan, donde los patrones elegían al mejor vacuno para compartir con los de su clase, dejando el mondongo y las vísceras para los esclavos.
"Hacían creer a los amos que ellos también celebrarían a San Juan, pero la verdad es que se juntaban con otros esclavos a bailar al ritmo de los tambores".
Festividades como esa se siguen celebrando hoy en día como parte del sincretismo religioso. La Cruz de Mayo es otro ejemplo. O la conmemoración de la Pascua de los Negros.
También tienen una Semana Afrodescendiente, en noviembre, para honrar y perpetuar a los esclavos que se niegan a morir.