Secciones

Desempolvando la calculadora

E-mail Compartir

No tengo claridad cuando pronunció estas palabras. Tampoco en el contexto en que lo hizo. Ni idea si surgió como algo espontáneo o respondió a un sesudo estudio de las diferentes y complejas situaciones que nos presenta la vida.

¡Qué importa!

Es un mensaje que se lee en un momento doloroso. Atemporal. Porque, cuando uno recuerda una de las tantas enseñanzas de Marcelo Bielsa ("El éxito es deformante, relaja, engaña, nos vuelve peor, nos ayuda a enamorarnos de nosotros mismos") y lo traslada a los últimos 180 minutos de la Selección, nos invade el deber de meditar.

Aunque sea una reflexión incómoda.

Los antecedentes permitían suponer que, en estos dos últimos encuentros camino a Rusia, sumaríamos mucho más que la simple unidad cosechada. Tampoco intuíamos que tendríamos que iniciar un ejercicio que parecíamos haber dejado atrás y que asusta: utilizar la calculadora para ver cómo ubicarnos en el cuarto lugar para ir directo … o en el quinto, para intentar -en el repechaje- llegar a la Plaza Roja.

Nos quedan 10 partidos y una imperiosa necesidad: sumar al menos cuatro puntos en los próximos dos partidos. Y en lo que reste, robar dos ó tres puntos afuera y sumar -al menos- 10 en casa. Así, llegaremos a 27 ó 28 puntos.

De lo contrario ¡uf! parece misión imposible.

¿Cómo llegamos a esta situación, impensada en marzo? Fácil, se nos confundió todo. Es así como en los últimos cuatro partidos sumamos cuatro puntos. Pobre cosecha.

¿Por qué sumamos en cantidades tan exiguas? Para mí, por dos razones: hablamos demasiado y, en la cancha, no hicimos lo correcto. Frente a Argentina, en marzo, equivocamos el juego centralizándolo; el segundo tiempo frente a Venezuela, nos permitió sumar de a tres; contra Paraguay entramos de ganadores y cuando pudimos equilibrar, centralizamos el juego y nos consumió la indisciplina: ¿de qué otra manera se puede entender la expulsión de Gary y los pechazos al árbitro de Vidal? Y frente a Bolivia se juntaron factores que estaban desterrados: la errática precisión en los centros; la desesperación en los 15 minutos finales, levantando el balón frontalmente para el lucimiento de los centrales bolivianos y, además, los arrestos de indisciplina (¿cómo sino explicar la amarilla de Vidal o la "guapeada" de Pinilla cuando le entraron fuerte?).

Como hacer diagnósticos sin dar soluciones parece deporte nacional, digo lo que creo habría que hacer para lo que viene.

No hay tiempo para adaptarse a la altura de Quito. Entonces, hay que recurrir a la tecnología. El cuerpo técnico debe definir quiénes irán a Ecuador y buscar cámaras hiperbáricas cerca de las casas de los jugadores, para que se sometan a un trabajo de simulación de altura.

Pero eso no se puede dilatar. Hay que hacerlo ya. Después -a mi juicio, entrenando en Calama, para acelerar la adaptación- vendrán las conversaciones grupales y personales sobre la disciplina, táctica, preparación de jugadas y la forma de encarar los partidos y la vida.

Porque el éxito circula con tanta rapidez que lo que cosechamos hace unos meses ya sólo sirve para la estantería, pues estos últimos dos partidos ni siquiera nos permitieron seguir enamorados de nosotros mismos.