Hay muchas preguntas que cabría hacer al Ministerio de Educación (Mineduc) con relación a la decisión de eliminar del currículo de tercero y cuarto medio la enseñanza de la Filosofía. Desde luego, en primer lugar, cabe interrogar acerca de las razones de la eliminación. Si la decisión no ha sido obra de la espontaneidad irreflexiva, uno supondría que detrás de ella ha habido algún tipo de raciocinio, y es importante que la opinión pública pondere ese raciocinio en su mérito. Teóricamente, uno tendría que estar abierto a que, efectivamente, haya razones suficientemente persuasivas y categóricas, y que la comunidad académica, especialistas, rectores de universidades, filósofos, pedagogos y educadores sean, en realidad, ignorantes con respecto a los argumentos que subyace a la decisión del Mineduc. Es una posibilidad.
Sin embargo, a mi juicio, hay una pregunta anterior. Y es que también cabría preguntarle a la autoridad qué entiende por Filosofía, ya que una decisión de esta naturaleza presupone una concepción de lo que la disciplina es (y no es). La palabra filosofía es extraordinariamente amplia y puede cubrir muchas categorías de cosas. Y -hay que reconocerlo- al pensar en la formación de un estudiante secundario uno puede asumir que la filosofía tiene un rol que, a decir verdad, otras disciplinas cumplen de mejor manera.
No obstante, desde una perspectiva laxa, suele asociarse la filosofía a una especie de actitud crítica respecto de la realidad. A la idea de fomentar preguntas esenciales, a cuestionar las verdades preestablecidas, a encontrar argumentos o razones para respaldar prácticas, pensamientos o decisiones. A no dar por sentado fenómenos que nos parecen obvios y a indagar profundamente en las causas que explican nuestras concepciones sobre el hombre y el mundo. Si el Mineduc coincide en esta manera de entender la filosofía, entonces la primera pregunta representa un desafío mayúsculo.
Guido Larson Bosco
Instituto de Humanidades
Universidad del Desarrollo