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El enorme renacer del niño baleado un mes antes de cumplir 3 años

Hace 13 años, Juan recibió una bala en su cabeza en medio una persecución policial, la que lo dejó en silla de ruedas. Hoy, el adolescente es primer lugar del curso, capo de la computación y del rubik, y asegura que va directo a ser ingeniero.
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Estamos a 27 de marzo del año 2003. No falta nada para las 6 de la tarde y Juan Andrés Flores (2) juega paletas en el patio de su casa con su hermano Luis.

Hay sol, su casa de esquina tiene un patio enorme y lo más probable es que ya sea hora de entrar a tomar té.

Pero antes de eso, la pelota con que los hermanos juegan, se va al fondo del patio, mismo rato en que de la nada, Juan Andrés cae y comienza a sangrar, lo que es divisado por su madre, quien piensa que por el mismo juego, podría ser un golpe.

Pasan los minutos y al menor lo ataca una fiebre que no se le pasa con nada del mundo, por lo que es trasladado a la posta, desde donde es devuelto a su hogar con reposo.

Ya es hora de dormir, pero Juan es el único que no puede. Llora, patalea y cuando su madre lo levanta y ve que no puede mantenerlo en pie para orinar, nota que la cosa es seria, por lo que nuevamente lo lleva hasta la urgencia para saber qué tiene. Hasta ahora nadie sabe...

Los cinco párrafos anteriores reflejan por lo que los padres de Juan tuvieron que pasar, antes de enterarse que el menor de 2 años y 11 meses tenía una bala albergada en su cervical.

Claro, justo en el momento en que Juan Andrés jugaba en el patio de su casa, afuera de ésta se vivía una persecución policial entre funcionarios de la Policía de Investigaciones (PICH, en ese entonces) y unos delincuentes que venían huyendo de la capital, donde el proyectil de uno de los policías fue a dar a una pared de concreto y luego cayó en la cervical del niño.

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13 años pasaron desde el anterior episodio, con horas largas de desvelo, días enteros en el hospital y viajes eternos a Santiago, con el único fin de darle un mejor vivir a Juan Andrés.

Hoy, a cinco metros del mismo lugar donde cayó la bala, desde el domicilio de calle Iquique en la Población San Marcos, Rosa Gutiérrez Galindo, la madre, habla cómo ha sido salir adelante en más de una década desde que ocurrió todo.

"No puedo decir que fue fácil, imposible; pero tampoco puedo quejarme que todo ha sido malo, que no he tenido ayuda o que vivo con la cabeza abajo pensando en ese día. Creo que con mi marido (Lautaro), lo último que perdimos fue la fe y la esperanza, ya que siempre contamos con gente que nos ayudó mucho y aún nos ayuda. Desde el mismo policía que casualmente apretó ese gatillo, hasta personas que ni conocían nuestra realidad".

- Con escasos recursos, viajes largos, tratamientos caros y su hijo en silla de ruedas, ¿pensaron echarse a morir alguna vez?

- Una sola vez. Estábamos en el hospital de Santiago y con mi marido dijimos "por qué a nosotros; qué hicimos mal, Dios mío". Pero después, cuando supimos de otras realidades peores a la nuestra, nos unimos más que nunca como familia y de ahí que no nos separamos ni en las buenas ni en las malas.

- ¿Los apoyaron desde un principio?

- Sí, eso no lo voy a negar nunca y lo voy a agradecer siempre. Desde el jardín infantil donde iba Juan ("Rayito de Sol"), hasta el hospital de acá, el de Santiago, su colegio (Ford College), la Teletón, la Policía de Investigaciones y muchos más.

- ¿Qué pasó con el policía?

- Él reconoció el hecho y fue muy, pero muy amable. Entendimos perfectamente que nunca tuvo intenciones de esto, así que con el paso del tiempo, nos venía a ver, y en el juicio, él mismo nos ofreció una pensión por varios meses. Ya después, con el tiempo, la propia institución le festejaba los cumpleaños a Juan. Ahora todavía no olvido lo que pasó hace poco, cuando tocaron la puerta de la casa y al abrir, veo a un joven alto, blanco, pero blanco ese tono como santiaguino: era el policía. Como no era de Arica, una vez de visita, quiso pasar por aquí a visitar a mi hijo. Fue una acción bien bonita.

- ¿Cómo fue adaptar a su hijo al mundo real?

- Uff, pensé que iba a ser algo más duro, pero debo agradecer a la Teletón que fue ahí donde conocimos a una persona muy especial. Había un kinesiólogo que estaba haciendo la práctica, Manuel (o Tío Manuel), quien fue el primero que lo empezó a tratar como si Juan no tuviese discapacidad alguna.

- ¿Cómo es eso?

- Usted comprenderá que para alguien que ve a un niño sobre una silla de ruedas, muchas veces es sinónimo de lástima.

Entonces ahí aparecían los "Juanito", "pobrecito", "niñito"; pero Manuel lo trataba de tú a tú. Le daba palmazos en la espalda, le decía "compadre, mañana voy a tu casa y jugamos Play". Me acuerdo que el primer día que vino a la casa, le trajo unos juegos antiguos, de Super Nintendo, creo, y ahí se puso a jugar toda la tarde. Estoy segura que desde ahí, mi hijo hace todo a la par que sus amigos, en lo que puede.

- ¿Cuál sería la lección de estos 13 años desde ese 27 de marzo de 2003?

- Una lección de vida. Un golpe que nos sirvió para levantarnos y ser agradecidos con lo que somos hoy en día como familia unida. Una vez, cuando ocurrió lo de mi hijo, pensé en ser siempre de bajo perfil, ya sea con lo medios o con lo que fuese, pero creo que hoy no tengo problema en dar a conocer lo que somos como familia, porque testimonios como el nuestro, puede servir mucho a familias que piensan que todo está perdido.