La tensión que rodeó la jornada del cambio de mando
La mañana del 11 de marzo de 1990, Patricio Aylwin se dirigía al Congreso a bordo del Ford Galaxie con la banda tricolor. A su nuevo ministro del Interior, Enrique Krauss, le planteó una pregunta: "¿Te das cuenta, Enrique, te das cuenta en lo que nos estamos metiendo?".
Con esa interrogante, rescatada en el libro "La historia oculta de la transición" de Ascanio Cavallo, ambas autoridades reflexionaban sobre lo que les depararía el proceso de transición después de 17 años de régimen militar.
Un poco retrasado, el general Augusto Pinochet llegaba al Parlamento para hacer su primer saludo al nuevo Mandatario. "Presidente -le dijo, sonriente-, le vengo a ofrecer toda mi colaboración". "Gracias, general", respondió Aylwin, parco y formal, según escribió Cavallo.
Al día siguiente, ante unas 80 mil personas que acudieron al Estadio Nacional, Aylwin hizo un llamado a la unidad y la reconciliación del país.
"Nos reunimos esta tarde con esperanza y alegría. Con esperanza, porque iniciamos por fin, con espíritu fraterno y anhelantes de libertad y de justicia, una nueva etapa en la vida nacional".
Cuatro horas después de la transferencia de poder, el ministro de Justicia, Francisco Cumplido, ya tenía los dos primeros paquetes jurídicos del Gobierno, destinados a resolver el tema de los presos políticos y a lograr un equilibrio en las leyes penales.
Pero el nuevo Gobierno tenía claras sus limitaciones:el periodo presidencial excepcional de cuatro años los obligaba a trabajar con rapidez, dice Cavallo en su libro, y la reconciliación, tema central de esta gestión, debía avanzar con una mezcla de prudencia y prisa.
El Congreso, en tanto, estaba desequilibrado de sus mayorías electorales debido a la presencia de nueve designados sobre 38 elegidos. Rojas veía que los esfuerzos por modificar la legislación heredada estarían restringidos por la necesidad de negociar y la falta de señales de la oposición y las FF.AA. de ceder.
En las autoridades salientes, los temores giraban en torno a que las FF.AA. hallarían dificultades para expresarse en el Congreso y el Consejo de Seguridad Nacional; a la ambigüedad en la relación entre el comandante en jefe y el poder político, y a los problemas de los DD.HH.