El año termina y comienzan las valoraciones de lo visto y realizado en este complejo 2015, donde hemos apreciado los efectos de un mundo en permanente cambio.
Con asombro hemos visto los golpes dados por organizaciones terroristas en Europa y Estados Unidos. El incremento de la 'Yihad islámica' es de honda preocupación mundial, al enfrentar Occidente una amenaza poco convencional. Ello está derivando en gruesas transformaciones en el Viejo Continente, con mayores restricciones, miedo y pérdida de libertades, en un aparente beneficio del bien mayor cual sería la seguridad general.
Sin duda, esto seguirá marcando la pauta el 2016 y por varios años más.
También observamos cambios en Argentina y Venezuela. Mauricio Macri triunfó en el país vecino, mientras en Caracas se observa un congreso mayoritariamente opositor a la gestión de Nicolás Maduro.
Lo que parecía una ola imposible de contrarrestar, la fuerza de una ecléctica centroizquierda en ambos países, sufrió enormes derrotas, lo que tendrá efectos importantes en ambas naciones y en Ecuador y Bolivia, especialmente en el último país.
Brasil, el gigante sudamericano también pasa por momentos difíciles. El país verde y amarillo entró en su recesión más aguda desde 1930 y peor que eso, pasa por complicados momentos políticos. La presidenta Dilma Rousseff convive con una bajísima popularidad, lo mismo Ollanta Humala en Perú, pero además enfrenta la cierta posibilidad de un juicio político que podría sacarla del cargo.
Como si fuera poco, también hemos visto como la armada china se acercó a Alaska y la símil norteamericana lo hizo a las islas artificiales del mar Meridional de la nación más poblada del planeta, poniendo tensión pública a una relación compleja en lo subterráneo.
China, de paso, exhibe menores tasas de crecimiento lo que ha golpeado a todo el mundo, en especial a las economías emergentes como la nuestra. Así se explica la caída en el precio de los commodities, como el petróleo y nuestro cobre.
Fue un año complejo. Sin dudas.
La prueba ilícita
Uno de los temas que prácticamente no existían en la discusión jurídica nacional antes de la instauración de la reforma procesal penal en Chile, dice relación con la naturaleza y efectos de la llamada "prueba ilícita". Hoy en día, y gracias al nuevo sistema procesal penal, difícilmente alguien dudaría que una confesión obtenida mediante tortura no puede usarse como medio de prueba, tal como tampoco sería utilizable el resultado de un allanamiento o una interceptación telefónica realizados sin orden judicial.
Los motivos que usualmente señala la doctrina para explicar la imposibilidad de usar prueba obtenida de forma ilícita son tres: en primer lugar básicamente los evidentes problemas de confiabilidad de las evidencias obtenidas ilícitamente, lo cual resulta obvio respecto a la categoría de las confesiones obtenidas bajo coacción ilegítima: no resulta confiable, ya que bajo tortura o amenaza se puede decir cualquier cosa con tal de evitarla. En segundo lugar, un criterio de integridad judicial, que no se refiere ya a lo verdadera o no que pueda resultar la prueba, sino a la convicción de que no pueden admitirse métodos que "ofenden el sentido comunitario de juego limpio y decencia", por usar una famosa frase de un juez norteamericano. No es que se desconfíe aquí de la verdad de lo confesado bajo tortura: se reprueba la tortura en sí misma como método de investigación, prohibiendo al Estado perseguir el delito a cualquier costo y usando cualquier medio para justificar dicho fin, e impidiendo así que el poder judicial se convierta en cómplice del actuar deliberado contra derecho (de ahí el nombre de "integridad judicial").
Finalmente, el tercer motivo para rechazar el valor de la prueba ilícitamente obtenida es el criterio de prevención: lo que se busca es disuadir a los agentes estatales encargados de la persecución pública de usar métodos ilegales. El mensaje es claro para policías y funcionarios persecutores: si actúan ilícitamente, no tendrán ningún valor las pruebas que obtengan.