Después de los atentados en París
Los recientes ataques en París, Francia y otras escaramuzas en ese país, Inglaterra, Bélgica y Dinamarca, dan cuenta del preocupante presente que tiene el Viejo Continente en lo referido a los extremistas radicales. Occidente no ha dudado en calificar los hechos como terrorismo, lo que incluso ha derivado en sendas transformaciones, muy en la línea de lo gestado por Estados Unidos tras los ataques del 11 de septiembre de 2001.
Francia, a modo de ejemplo, lanzó un paquete de medidas de excepción sin precedentes en la reciente historia de Europa para combatir el flagelo. El presidente François Hollande anunció cambios drásticos de la Constitución para defender a un país que, como insistió, "está en guerra". El estado de emergencia, que ya prevé registros domiciliarios y detenciones sin orden judicial, será prolongado tres meses. La batería incluye tres capítulos en el exterior: reclamar la ayuda al resto de la UE porque el país ha sido "atacado", promover una coalición única -incluida Rusia- contra el ISIS en Siria y pedir una resolución del Consejo de Seguridad contra los yihadistas. "Esta guerra afecta a todo el mundo, no solo a Francia".
Esa frase no es menor, porque efectivamente el mundo de hoy parece más inseguro. No hablamos de conflictos convencionales, sino de guerras desconocidas, considerando que los ataques más sorprendentes han sido protagonizados por ciudadanos que no pertenecen a un ejército o a una rama formal; ni siquiera son extranjeros, sino que muchos son nativos, hijos de inmigrantes.
Por ello, el Presidente socialista asumió la necesidad de agilizar la retirada de la nacionalidad -hoy existe esa opción aplicada en escasas ocasiones- a los terroristas que dispongan de doble nacionalidad y amenacen a la seguridad de la república.
El mundo sigue sorprendiendo, en especial con este choque cultural al interior de una facción del mundo musulmán, de paso, del cual conocemos muy poco.
Las transformaciones seguirán adelante para sorpresa de esta generación.