Borrachos hacen lo que quieren
En calle Velásquez, antes de llegar a Chacabuco, existen varios bares que atienden todo el día. No hay problemas en eso, el tema son los borrachos que salen y orinan en plena calle... y a luz de día. Terrible.
En calle Velásquez, antes de llegar a Chacabuco, existen varios bares que atienden todo el día. No hay problemas en eso, el tema son los borrachos que salen y orinan en plena calle... y a luz de día. Terrible.
El municipio anunció que dará una importancia prioritaria a la refacción del tradicional Fortín Sotomayor, luego que se constataran las deplorables condiciones en las que se encuentra un recinto que está llamado a convertirse en un reducto de primera línea para el deporte ariqueño.
De hecho, el tema alcanzó mayor notoriedad y un punto crítico con la selección local de básquetbol Master, que se prepara con miras al Campeonato Mundial al que accedió. Sus prácticas para esta cita de renombre se realizan en un estadio techado cubierto con fechas de paloma, con todo el riesgo sanitario que aquello significa.
A 53 años de que nuestra ciudad fuera sede del único campeonato mundial de fútbol adulto que se ha jugado en Chile, Arica necesita pensar en sus recintos deportivos, desde el mayor y escenario de aquella competencia, como es el estadio Carlos Dittborn, hasta aquellos más pequeños y comunitarios.
La gran interrogante es si nuestra ciudad está preparada para recibir torneos o competencias deportivas de nivel nacional o internacional en estadios que cumplan con creces las exigencias ¿Existe un gimnasio como La Tortuga de Talcahuano, que será sede de la Copa Davis en algunas semanas? ¿Cuáles son las garantías que tiene hoy el Estadio Carlos Dittborn en cuanto a sus características para ser sede de una Copa América, de una Copa Libertadores o una Sudamericana? Esto, considerando que hace sólo un tiempo fue refaccionado y elevado a la categoría de Estadio Bicentenario, con una cuantiosa inversión.
Nuestra región y en especial, su capital, no pueden esperar ser sedes de eventos nacionales o internacionales por obligación o por consideraciones especiales, casi como un regalo o caridad. Requiere también "pensarse en grande" si de recintos deportivos se trata, a la altura de las proyecciones estadísticas y estratégicas que hoy se discuten. Porque estos esfuerzos, más allá de responder a necesidades transitorias dadas por torneos internacionales, se trata de adelantos presentes y futuros para miles de ariqueños y ariqueñas.
¿Caminamos? La breve pregunta tenía en su tono algo de ineludible imposición. "En alguna parte de esta primaveral ciudad, debe haber un lugar apacible donde conversar" -agregó, poniéndose de pie.
En sus palabras se traslucía cierta arrogancia que iba más allá de su modesta indumentaria. Con elaboradas argumentaciones, intentó persuadirme no sólo de ser su eventual compañero, sino también de financiar su alocado proyecto: viajar a Europa. Acepté, aunque debo reconocer que su compañía no era para mí un gran aliciente. Pese al afecto que le tenía, sus modales afectados y grandilocuencia me incomodaban.
Al adquirir los boletos en la agencia naviera sólo encontramos una disponibilidad en primera clase y otra en tercera. Por simple lógica capitalista ocupé la cabina de lujo. Viajé así, disfrutando los privilegios de mi estatus tarifario, en desmedro de mi desafortunado compañero, que lo hizo restringido y hacinado en un cubículo de tercera categoría. Y pese a que en ello no hubo otra intervención que la de la fortuna, durante un tiempo considerable sentí cierto cargo de conciencia.
Habían transcurrido más de tres décadas, por lo que al principio, cuando lo sentí palmotear para solicitar atención, no lo reconocí, y hasta me desagradó su impertinencia. Muchos años antes, estando en Europa, habíamos decidido transitar por caminos diferentes. Mi amigo decidió permanecer, por su cuenta y riesgo, en el viejo mundo, mientras yo, más conservador y precavido, había optado por volver.
Ahora mi amigo lucía rebosante y próspero. La abultada y fina cartera de cuero, de donde retiró el monto de dinero para cancelar el consumo, acreditaba su opulencia. Yo, por el contrario, no era ya el de antes. Las carencias económicas y de toda índole me mantenían enflaquecido y demacrado, por lo que mi antiguo camarada no tenía cómo reconocerme.
Pese a ello, y sintiendo de algún modo que era lo que correspondía y… necesitaba, alargué la mano y, asumiendo una actitud, donde se traslucía una arrogancia que iba más allá de mi modesta indumentaria, recibí su espléndida propina.