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Un peluquero clásico y ariqueño de corazón

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El teléfono repica un par de veces rompiendo el silencio de la escena:

- ¿Buenas tardes?

- No, hijito. Tengo hasta las ocho y media tomado.

- ¿Puede ser mañana en la mañana?

- ¿Sí? No hay problema.

Luis vuelve a la cabeza de su cliente, a cortar un pelo de hebras blanquecinas, escasas, ya delgadas.

El lugar, la Peluquería Cristian, es austero, sin expresión de modernidad. Muebles de mediados del siglo pasado, como su dueño, como el cliente.

"Esto está así porque va de acuerdo a mi clientela y a mi gusto. Yo no voy a terminar haciendo rapados ni pelos erizados ni teñidos de rojos.

Luis Alberto es de apellido Gutiérrez Arévalo. Nació en Yungay... por allá en la Octava Región.

Salió de su casa paterna por una ley simple de su época: un hombre entre los 20 y 21 años tenía que abandonar su hogar y salir en busca del futuro. "O estudiaba o trabajaba". Pero en su caso los recursos económicos no alcanzaron para su educación.

Siendo el segundo de los seis hijos de un ferroviario y una ama de casa, Luis solo pudo decidir seguirle los pasos a su hermano Ramón hasta Arica. De eso hace ya 49 años. De eso, hace uno que Ramón no está, porque un cáncer de estómago se lo llevó.

Ramón había llegado en 1965 a trabajar de peluquero en la ciudad. Al año siguiente llegó Luis, la inolvidable fecha del 6 de mayo del 66.

Después de trabajar en las peluquerías Aguirre, Marisol y en Los baños Turcos, entre ambos instalaron su propio negocio, hace más de 20 años.

"Sin ser delincuente sabía usar la navaja cuando aquí no era usual", opina Pedro Germán Granifo, en medio de una carcajada. "Es el mejor peluquero que hay en Arica".

Pedro es un cliente que, atiende desde que tenía unos 13 años, cuando lo llevaba su padre. Luis gozaba de sus 23.

"Lo increíble de esto es que uno empieza con los papás, de ellos a los hijos, luego a los nietos, de repente a los bisnietos", dice Luis, aún maniobrando con la navaja las patillas de otro cliente.

Hay guardados en el cajón izquierdo de una mesa reliquias del oficio: una brocha quita pelo, una máquina manual y una caja cigarrera…no porque fume. En vez de cigarros hay tarjetas de presentación de varias personas y empresas. La caja fue un regalo de su primera jefa.

El concepto de peluquería se transformó cuando empezaron a surgir las "unisex", de acuerdo con don Luis, entre el 75 y 78. "La peluquería ahora es un oficio más exigente. No existen los peinados para los hombres, ahora en cambio hasta quieren ocultar sus canas amarillentas... El joven hoy busca el rapado, la figura. Y esas nuevas formas le corresponden a las nuevas generaciones aplicarlas. Nosotros nos quedamos con los viejos".

Las peluquerías clásicas desaparecen, porque los dueños van desapareciendo y los hijos no continúan con el legado. La tradición muere ahí. Este negocio que contaba con tres empleados va quedando solo con Luis. Ramón, su hermano, murió, y a Silvio, el alzhéimer lo obligó a retirarse.

La esperanza del legado está en su hija Verónica. En cambio, Cristian no quiere saber de peluquería. Decidió estudiar Ingeniería en computación.

Verónica está en Santiago, trabajando en una peluquería "unisex". "Puede ser que mi hija la tome. Esa es mi esperanza". Luis confía.

"Esta es la única peluquería antigua, clásica. Hasta Santiago se está quedando sin peluquerías de tradición", testifica Orlando Neira, frente al espejo, mientras Luis termina el corte.

"Yo soy cliente de él. Pero primero fui de su hermano, que tuvo que partir, como todos en la vida", se lamenta el cliente.

Luis es un hombre modesto, que le gustan las comidas simples, como su vida, como su oficina, como sus cortes. Por eso el "completo chileno" no le gusta. ¡No a la grasa! Es su lema, aunque como buen cristiano, tiene su pecado: las empanadas de pino.

A sus más de 70 años cumplidos, cree terminar su vida en Arica, aunque no sea su ciudad natal. De los seis hermanos Gutiérrez- Arévalo, quedan tres. Los tres están aquí.

Como la mayoría de habitantes viejos, fueron jóvenes que en la época de las salitreras poblaron la ciudad. "Somos de afuera. Pero el himno de Arica lo cantamos con la mano en el corazón", dice sin que sus manos y su mirada se alejen de la cabeza cana que debe peluquear. J