Una que otra reflexión
El atardecer visto desde una playa de mar parece estimular la reflexión. Es como si el sólo contacto con la naturaleza anónima nos hiciera preguntas esenciales. Observamos el cielo, transformándose en una gran gelatina anaranjada, mientras se instala un profundo azul que va sumiéndose en el mar, cuya olas, incesantes, se reducen finalmente a suaves líneas, hasta quedar todo consumido en la majestuosa oscuridad de la noche.
Esta imagen, desde hace millones de años ya se renovaba y reiteraba, día tras día, antes que existieran nuestros antepasados como un espectáculo que repite su función natural, desde el comienzo mismo de la creación, en espera de un público que pudiera apreciarlo.
La vida que conocemos, la vida en el planeta tierra es rara y relativamente reciente si la consideramos en la escala cósmica. Rara, por cuanto sólo parece existir en la superficie de la tierra, donde se extinguirá por evaporación del agua en unos 2.000 millones de años, antes de que, en otros 2.000 millones más, la Tierra completa sea engullida por el Sol, convertido en una gigante roja. A gran escala, el protagonismo pertenece a la materia oscura, a los cúmulos de galaxias, a las inmensas nubes de gas y polvo, a los agujeros negros y a las explosiones cataclísmicas, donde la vida parecería no tener lugar.
Hasta donde se sabe, en ninguna parte del universo conocido hay existencia como la terrestre. De hecho, la vida constituye un fenómeno sumamente improbable e inverosímil y no parece desempeñar ninguna función crucial en la economía del Universo.
Sin embargo, aunque insignificante a nivel cósmico, la vida ocupa el lugar central en nuestra conciencia, en nuestros afectos y preocupaciones, en nuestros valores y emociones. Cualquiera sea nuestra creencia, debemos pensar en la supervivencia de nuestra especie y la estabilidad de nuestro entorno. Antes que el Estado, que las instituciones, que la misma sociedad, estaba la pequeña comunidad humana, en natural equilibrio con el medio ambiente y con nuestros semejantes. En algún momento histórico, algo pasó a nivel de ideas humanas, que convenció a muchos que el acaparar riquezas era la actividad 'natural' del hombre para conseguir la felicidad.