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Chopin y el Morro de Arica

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Un inmenso joyero resplandeciente,….la ciudad de Arica,….se desplegaba antes nuestros azorados ojos. En el extremo izquierdo, la oscura masa oceánica, simulaba una placidez y un silencio extraños. Era una visión mágica. Y aquí estábamos, en primera fila, Carmen y yo, encaramadas en la cima de este rocoso peñón, a 150 m de altura, escenario histórico sobre el que peruanos y chilenos se enzarzaron en una cruel batalla hace más de un centenar de años. Afanados integrantes de la impecable organización, daban los últimos toques de limpieza al piano negro que brillaba impertérrito, sobre una enorme tarima de madera.

La gracia, la elegancia, la belleza, el colorido, estuvieron a cargo del Ballet Folklórico de la Universidad de Tarapacá, a cargo de su novel director, Samuel Morales, elegido Artista Emergente el año 2014 y sucesor temporal de don Manuel Mamani.

Y…Roberto Bravo llegó. Macizo, de pequeña estatura, abundante cabellera de nieve. Famoso a nivel mundial por su talento y maestría en la interpretación de ese maravilloso instrumento: el piano. Brilla, además, por su bondad, su generosidad, su solidaridad frente a causas humanas y su excelente buen humor. La música de Violeta Parra, Víctor Jara, Frederic Chopin, George Gershwin, Néstor Piazzola, John Lennon, y otros…provino de ese teclado agitado por las manos portentosas de un pianista genial.

Una grata brisa nocturna nos envolvía. La gigantesca bandera flameaba al tope de su empinado mástil. De inmediato pensé, riendo internamente, que si ya había resistido el terremoto del 1° de abril de 2014, lo podría hacer una segunda vez. No deberíamos pues temer que se precipitara sobre nuestros frágiles cuerpos.

Los valses y las polonesas de Chopin nos deleitan. Bravo sacude enérgicamente su cabeza y la cabellera al viento, en completo desorden, transmitiéndonos la pasión de su espíritu.

El tiempo parecía no transcurrir. Embebidas en la música, procurábamos disfrutar cada segundo de este momento irrepetible.

Emprendimos el regreso no exento de ciertas dificultades.

La oscuridad, un suelo resbaladizo y empinadas escalinatas nos esperaban antes de llegar a la explanada junto al Cristo, en que nos pasaría a recoger "el bus de acercamiento". Sin embargo, dos gentiles y en extremo corteses miembros del Ejército de Chile, ayudaron a Carmen a desplazarse más fácilmente. Ella tiene más de 80 años y algunos achaquesillos concordantes con su edad, por lo que esto fue el segundo milagro. El primero fue cuando nos acomodaron en primera fila y eso que éramos ciudadanas sin mayor mérito. El tercer milagro fue que un último oficial nos condujo en su propia camioneta a la siguiente explanada en que aguardaban Carlos, mi yerno y su pequeño sobrino Nilson.

La Energía Sabia y Amorosa nos había bendecido una vez más. Nuestra querida ciudad necesita, sin duda alguna, saborear estos magníficos instantes que nutren opíparamente nuestras almas.

María Cristina Araya Vascopé