Hace unos día el Gobierno dio a conocer su decisión de iniciar el proceso que permitirá contar con una autopista concesionada, entre Antofagasta con Caldera, obras que partirían en 2017. Hasta hace sólo unos años, el Chile de las carreteras de este tipo llegaba sólo hasta La Serena, a pesar de la importancia que tradicionalmente ha tenido la zona norte para el desarrollo del país.

Y es que hace dos décadas se inauguró la primera carretera concesionada en Chile, la que une Concepción con Santa Juana, al sur del Bío Bío, en lo que se llama la Ruta de la Madera. La obra venía a mejorar la competitividad de la industria forestal en esa zona del país, una de las principales actividades nacionales en términos de exportación y creación de empleo.

Lo mismo se hizo con notables obras que permitieron unir Santiago y Puerto Montt con una doble vía de gran estándar. Entre los principales favorecidos se contó con la industria salmonera. La lógica de las concesiones de puertos, carreteras y aeropuertos tuvo esa característica: Corregir y mejorar las características nacionales y prepararse para el salto cuantitativo que tuvieron las exportaciones desde entonces.

Los hechos muestran que el desarrollo económico y social de las regiones también pasa por contar con carreteras adecuadas y seguras, que contribuyan a mejorar los tiempos de traslado, algo que es especialmente sensible en el norte, donde las distancias se hacen mayores en medio del desierto.

No se pueden desconocer los esfuerzos que particularmente el Estado ha hecho en las dos primeras regiones del país, donde la discutida "rentabilidad social" sigue postergando aspiraciones de muchos vecinos que a pesar de vivir en zonas extremas, tienen iguales derechos que sus compatriotas. Sin embargo, hoy mismo se ejecutan obras de mejoramiento en rutas de nuestra región.

Sin embargo, el contar con carreteras con un mayor estándar no sólo es cuestión de ahorro de tiempo, o seguridad. Es una invitación, también a conectarnos y ser anfitriones, y genera beneficios de los cuales pronto también sabrá el Chile que llegará hasta la región de Antofagasta.

En realidad, como diría Churchill, no parece muy útil ser otra cosa. Pero frente a la coyuntura económica tengo mis razones y es útil compartirlas.

A pesar del clima de desconfianza, que me parece perjudicial y artificial, las cifras económicas muestran que Chile está ajustándose bien y rápido al nuevo escenario internacional y, además, estamos teniendo algo de suerte (raro en Chile). En estos días se reportan los resultados de la balanza comercial y el déficit de los años anteriores se ha transformado en un superávit creciente que llega casi a US$ 8.000 millones, principalmente por la disminución de importaciones (más de un 25% contra algo más del 1% de caída de exportaciones). Todas las proyecciones indican que la economía crecerá (poco), de modo que las cifras anteriores muestran sustitución de productos importados por nacionales y eso es muy bueno para el empleo y los ingresos de los chilenos.

Lo anterior es producto del alza del tipo de cambio y ello hace más competitiva nuestra economía. Si le agregamos la caída de los precios del petróleo (por sí mismo representan el 6% del PIB y es suerte), la excelente gestión del Ministerio de Energía que ha aumentado en un 90% los proyectos de generación en ejecución, las políticas de traspaso de las rebajas de combustibles a los consumidores, y el presupuesto (contracíclico) del 2015 (que no son suerte), se configura un excelente escenario productivo para 2015.

Es cierto que el proceso puede tomar algún tiempo y que habrá sobre ajustes en algunas etapas que se pueden manifestar en alzas temporales de la inflación. Pero es que nuestra pequeña economía abierta debe, cada cierto tiempo, pasar del comercio a la construcción y después a las exportaciones y eso no es fácil ni rápido. La evidencia internacional muestra que los países aprenden a ajustarse y parece que Chile lo ha hecho pues la adaptación se muestra más rápida e indolora que en el pasado.