Sin el beneficio del llanto que cual hiena que con su reír se expresa, el hombre, el ser humano ante el desconcierto de este mundo ya no llora, no le basta el llanto, necesita más para paliar su dolor, quizás un cambio, un inicio, un punto aparte.
A veces imagino ante tanta desarmonía que sólo en este planeta, cual inconmensurable cuadro, con su universo insondable y de infinito entorno, está contenido todo el suceso de la existencia.
¿Por qué habría de repetirse en otros mundos la locura de guerras, holocaustos, atentados caóticos, matrimonios desviados, injusticias con justicia terminal, manipulaciones genéticas, emporios comerciales de drogas y abyección, ricos saciados hasta el hartazgo y pobres con carencias hasta la desaparición?
¿Y la familia, ese elemento fundamental de la vida en comunidad, dónde y cómo la situamos? Con niños desubicados desde nacidos, envilecidos en su inocencia, ¿dónde está su cobijo, sereno y cálido que resguarde su mirada con luz de búsqueda y libre albedrío?
Vivimos como al revés, metidos en una cultura de la cautela, desconfianza, temor y omisión; ya no es fiable nuestro mundo, no es retornable, sí desechable; lo que ayer era saludable, hoy es malsano.
Sin embargo, más allá del dolor y estupor nos queda la esperanza, ese bien infinito que sí permanece y que el Creador que nos observa desde su, a veces incomprensible posición, nos pone en el corazón para paliar nuestra desazón, la esperanza impalpable, invisible, que al ser imprevisible nos retorna día a día a un devenir de luz, amor, solidaridad, justicia y confianza en la proyección y consecuencia de nuestros pasos. Afirmémonos en ella, este es un bien imperdible, confiable, sorprendente y sorpresivo.
Sonia Urízar de Koch