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Pingüinos aventureros: vivir en Nueva Zelanda

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Diez alumnos de tercero medio de Arica pasaron un semestre en un intercabio. Hoy cuentan sus aventuras.

Llegaron contentos lue go de meses sin poder ver a sus familias.

Dicen que extrañaban la comida casera y más de uno comentó que se moría por comer sopaipillas y que las 16 horas de diferencia con Chile les pasaron la cuenta las primeras semanas.

Se trata de los diez jóvenes seleccionados para vivir en Nueva Zelanda durante casi seis meses, gracias al programa 'Pingüinos sin Fronteras'.

Bruni Sepúlveda todavía se rie cuando cuenta que dio la prueba cansada y pensó que era imposible ganarse el viaje.

'Es que dí la prueba con mucho sueño, entonces pensé que no me iba a ir bien. Mis papás siempre me tuvieron fe, pero yo pensé que no. Fue una sopresa', asegura.

Durante casi seis meses vivió con una familia en Wellington, mientras trataba de contactarse con la suya, a varios miles de kilómetros de distancia.

'Al principio nos dejábamos mensajes en facebook, porque cuando allá era de día, acá ya era de madrugada. Estuvimos así un tiempo, pero después me entregaron la clave del wifi en la escuela y ahí podíamos chatear', recuerda la joven.

A pesar de la distancia, una afortunada coincidencia le hizo sentirse más cerca.

'Otros compañeros del curso también quedaron seleccionados, incluyendo a la Daniela, mi mejor amiga, aunque nos pusieron en ciudades diferentes, pero en las vacaciones igual nos encontramos', comenta.

'Llegue de vuelta hace pocos días. En la casa me estaban esperando con comida chilena y estaba súper rica. Tengo una hermanita de 4 años y ahora habla mucho más, casi no la reconocí.

Bruni cuenta que, a pesar de los grandes adelantos tecnológicos y lo bello de la ciudad, no dejó de extrar a su familia, sus amigos y la comida.

'Yo quería comer sopaipillas, pastel de choclo o algo así. y traté de decirle a la familia con la que vivía, pero no les podía explicar porque no sé hacer sopaipillas. Por suerte comí cuando llegué'.

Algo similar le ocurrió a Elias Parra, quién también pasó un semestre en Wellington.

'Allá la comida se pide por teléfono. Pizza, arroz preparado y cosas así. Echaba de menos la comida casera, como una cazuela. Algo más llenador', cuenta el joven, quien se disponía a almorzar con sus familiares, cubriendo así sus deseos de comida con sabor a hogar.

'Fue una experiencia emocionante, única y especial, desde que supe que me iba a ir a Nueva Zelanda hasta llegar de vuelta. Es un lugar muy, muy diferente, más ordenado y muy práctico. Además las personas son muy atentas', manifestó Elias.

Sin embargo, lejos de las odiosas comparaciomes, Elías está pensando cómo utilizar su experiencia en su región.

'No tengo mi futuro definido, pero estoy pensando en estudiar algo con turismo, para dar a conocer lo que tiene esta región para ofrecer. Además, así puedo ocupar el inglés que aprendí allá', explica.

Ambos jóvenes comentaron que al principio la comunicación es un tanto compleja.

'Al principio uno conversa casi por señas, pero cada vez cuesta menos. Uno se acostumbra muy bien a medida que pasa el tiempo', cuenta Elías.

'Yo quedé hablando inglés súper bien. Incluso a pensar un poco en inglés algunas frases. A veces estoy con mis amigos y no hablo en español.

Me quedan mirando raro. Pero ya se me va a pasar, es que llegué hace muy poco', se disculpa Bruni.

Luis Flores fue otro de los jóvenes que llegó el 11 de febrero de este año a Nueva Zelanda.

'Lo primero que pensé fue cómo decirle a mi familia que me iba a ir. Sabían que estaba en el proceso, pero fue una sorpresa para todos. Era un doble sentimiento, porque por una parte estábamos muy felices por la oportunidad, pero también nos dio pena, porque no nos íbamos a ver en harto tiempo', comentó el joven.

Aunque confesó que el inglés no es su fuerte, si asegura que hoy se siente más seguro respecto al idioma.

'Al principo las clases eran como en chino, porque además de que hablaban muy rápido, es inglés británico y acá aprendemos el norteamericano, entonces me costaba mucho. Pero después entendía casi todo. Se afina mucho el oído porque uno está todo el día escuchándolo', comentó Luis.

A diferencia de otros de sus compañeros, Luis se alojó con una familia de Malasia.

'Ellos también llegaron buscando oportunidades. Se preocupaban mucho de mí. Durante la cena las familias se juntan a compartir y contar cómo les fue en el día', cuenta Luis.

Sin embargo, el calor hogareño no es algo que se reemplace facilmente.

'Apenas llegué a Nueva Zelanda me preguntaron si necesitaba conectarme a internet o algo. Me conectaba a Chile por Skype, extrañaba mucho a mi familia, el ser más cercanos.

En Nueva Zelanda son muy respetuosos del espacio del otro. Los amigos no se abrazan tanto y la gente no entra en confianza altiro como acá', expresó.

Sin embargo, pese a la lejanía, si hubo tiempo para la chilenidad, pues, al igual que los otros pingüinos sin fronteras, debió pasar el mundial de fútbol lejos de su equipo.

'Habían otros chilenos por el mismo programa, pero los partidos eran muy de madrugada. Allá Chile no es muy conocido, pero como jugó en el mundial, algunos si lo ubicaban', cuenta el estudiante.

Estar lejos de casa, en una cultura totalmente distinta, con otro idioma y costumbres que nos pueden parecer extrañas, es todo un desafío.

Sin embargo, estos pingüinos demostraron que ningún país del mundo les queda demasiado grande.

Aunque, claro, su aventura en Nueva Zelanda les dejó varias enseñanzas, pese a las complicaciones con las que se pudieron encontrar en el camino.

'Allá la gente maneja para el lado izquierdo. Cruzar la calle era muy difícil. A eso no me pude acostumbar nunca', dice Luis riendo. J