Simce: equilibremos la cancha
El Mineduc está enfrentando una gran presión para eliminar el Simce que, como cualquier prueba de conocimientos, sólo logra entregar información parcial y descontextualizada, y los profesores y alumnos lo saben. Por esta razón, es un instrumento sospechoso para muchos. Sin embargo, no es ni bueno ni malo; lo negativo ha sido la interpretación de sus resultados. Y en esto, el Mineduc ha sido históricamente el principal responsable.
El aprendizaje es un fenómeno complejo que depende de múltiples de factores y no sólo de la educación recibida en el sistema escolar. Como ya se ha demostrado hasta la saciedad, también influye decisivamente el ambiente social y cultural donde está inserto el estudiante, su salud, sus hábitos de estudio, sus intereses, sus valores y creencias, su madurez psicológica y su historia familiar. Para qué insistir en que las expectativas de padres y profesores juegan también un rol fundamental en el rendimiento académico de los jóvenes. Atribuir los resultados del aprendizaje en cierta disciplina a la capacidad intelectual del estudiante o a la calidad de la educación que imparte un establecimiento refleja un reduccionismo inaceptable.
Hasta el momento, nuestras autoridades no han logrado explicar las complejidades de la docencia a la comunidad, sino que han dejado que se obtengan conclusiones simplistas en detrimento de la profesión docente y la educación pública.
Si el Mineduc no asume la responsabilidad de ayudarnos a interpretar seriamente el Simce, entonces seguiremos culpando, injustamente, a los profesores y a los colegios. Seguiremos castigando a la educación por una inequidad que no puede resolverse con las herramientas que tiene. En este escenario, por el bien del país, sería preferible eliminar el Simce.
En cambio, si la interpretación de este instrumento nos ayuda a diseñar sistemas de alerta temprana, a apoyar a los estudiantes más vulnerables o a implementar nivelaciones culturales, reforzar hábitos y potenciar talentos, entonces habremos apuntado correctamente. Si con el análisis de sus resultados detectamos los verdaderos obstáculos para lograr aprendizajes significativos y comenzamos a enfrentarlos, modificando el currículo para superarlos, entonces habremos avanzado hacia una educación de calidad. Si en lugar de desincentivar la vocación docente utilizamos la gran cantidad de estudiantes de pedagogía para apoyar a los colegios vulnerables con tutores familiares, orientadores vocacionales, consejeros culturales y académicos, y además, si creamos una red de apoyo de carácter nacional, entonces habremos comenzado a combatir la inequidad. Si el gobierno, la sociedad y el sistema educativo se comprometen en una alianza estratégica que logre una reforma que trascienda las ideologías, entonces lograremos despegar. Si el Simce no se usa para etiquetar o clasificar sino que para emparejar, entonces podremos sentirnos tranquilos con el futuro de nuestros jóvenes.
El Simce no debe ser una retroexcavadora ni una aplanadora, sino que más bien una motoniveladora. ¡Usémoslo para equilibrar la cancha!
Cornelio Westenenk S.
Decano F. de Educación,
Universidad Mayor