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Seguidor del misterioso oficio de embalsamar

Taxidermista autodidacta, el joven profesor quiere darle un aire fresco a los museos y los zoológicos.

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Felipe Méndez llega con algunas de las muestras de su trabajo. Antes de comenzar a contar cualquier cosa, el profesor de biología saca una carpeta llena de documentos. En ella, entre muchos otros papeles, guarda el plano de lo que ha sido su sueño desde hace años.

Y es que este santiaguino que se confiesa encariñado con la ciudad tiene un pasatiempo, cuando menos, particular, pues la taxidermia, antiguo oficio en el que disecan animales, ocupa la mayoría de sus ratos libres.

"En primer lugar, hay que decir que yo no maté a ninguno de estos animales", dice con calma.

Sabe que, para bien o para mal, la taxidermia despierta pasiones. Mientras algunos la consideran una actividad morbosa, Felipe alaba su potencial como herramienta educativa.

Se tituló de profesor de biología en la Universidad de Tarapacá y ahora cursa un magister en zoología. Pero su afición por la taxidermia nació poco a poco. Y tuvo como detonante los insectos.

"Comencé a coleccionar insectos hace más de 20 años. Después empecé a tener arácnidos también y la colección comenzó a crecer", recuerda.

Con orgullo señala que su colección es una de las más grandes del país. No tanto en ejemplares, sino en diversidad. De las colecciones, saltó hacia la taxidermia de forma autodidacta.

"Empecé comprando pescados en el terminal y las ferias. Claro que al principio no quedaban muy bien, porque me quedaban arrugados y perdían la forma", comenta.

Explica que los peces son complicados, porque no existen muchas formas de cubrir o enmendar los errores. Después de todo, el oficio de disecar es, antes que nada, práctica y paciencia.

Y justamente, a eso se dedicó. Los peces fueron una primera etapa. Paulatinamente llegaron las aves, siempre donadas. Para Felipe, la procedencia del animal lo define todo.

"Claro que es una actividad que desata polémica y hay que ser muy cuidadoso. Si alguien llega un día y me dice que su mascota falleció y quiere embalsamarlo, lo haré. Pero también está el riesgo de que alguien llegue con un panda y me pida lo mismo. Y por supuesto, por ética no puedo hacerlo. Ni aunque me ofrecieran 10 millones de pesos haría algo así", advierte.

Es por eso que cuida con celo su oficio, y cuenta que, a pesar de que le han pedido que enseñe a embalsamar animales, es cauteloso al respecto.

"El problema es que uno tiene que asegurarse de darle un buen fin a la taxidermia, porque no es la idea que se utilice para cosas inescrupulosas", comenta.

Y se asegura de dejarlo muy claro en los carteles que ha dejado en diversos puntos de la ciudad, pues está conciente de que es un tema que requiere precauciones.

"La taxidermia no está regulada. Es lo mismo que ser gásfiter o electricista. Pero lo que si es muy estricto es la tenencia de animales protegidos. En ese sentido, la fiscalización es severa", explica.

Por eso, para tener la conciencia tranquila y los papeles siempre en regla, Felipe es intransigente con su trabajo. Ninguna especie protegida pasará por su taller.

"Acá en Chile somos taxidermistas pobres. En otros lados, por ejemplo, puedes comprar la estructura del cuerpo, los ojos, o lo que necesites. Acá en cambio, tienes que hacerlo con lo que tengas a mano", advierte.

Eso signfica, muchas veces, tener que improvisar. Al principio trabajó con aislapol normal. "De ese de pelotitas. Pero era muy complicado, porque se desarma bastante. Eso hasta que empecé con lo ideal para este trabajo, el plumavit de alta densidad".

El secreto se lo enseñó uno de los que, en su opinión, es uno de los mejores taxidermistas de Chile, don Ernesto Toledo.

Respecto a la competitividad en el área de la taxidermia, Felipe la descarta de plano.

"La verdad no sé cuantos seremos en Chile. Pero muy pocos, porque, de hecho, no alcanza a haber uno por región. De echo, yo sólo conozco a uno", cuenta sonriendo.

También sabe que es un oficio de años. "En general es gente un poco mayor. Siempre hemos sido muy pocos, por eso no hay mala onda entre nosotros", cuenta.

Felipe cuenta que se dedica, principalmente, a las mascotas. Es una alternativa cuando éstas mueren.

"Hay gente que no quiere separarse de ellas. Yo creo que es decisión de cada uno, pero la taxidermia es una opción", señala.

Aunque algunos trabajos son más difíciles que otros. Es lo que ocurrió cuando Lili, su cuye de pelo largo y fiel compañera, murió el año pasado.

"Es complicado, por supuesto, porque la quería mucho. Me costaba trabajar con ella porque me acompaño durante mucho tiempo y es difícil empezar el proceso".

Finalmente hizo de tripas corazón y la embalsamó.

Ahora Lili pasó a formar parte de la colección que, espera, se convierta en un museo. Pero no cualquier exhibición. Este será un museo diferente.

"Los zoológicos, por ejemplo, son entretenidos. Pero no muy pedagógicos. Y los museos suelen ser parecidos. Por eso quiero mezclar ambas cosas, pra que la gente se interiorice en temas como la evolución y la ecología, pero que puedan verlo ellos mismos".

Explica que quiere acabar con las vitrinas y darle toques realistas, porque no es lo mismo ver un ave conservada tras un vidrio que verla posada sobre una gran roca, en lo alto de su hábitat.

"Es un proyecto ambicioso. La idea es que cada pasillo esté ambientado en un clima diferente. Pero que la gente camine sobre tierra, o en arena. Que sienta que está en el lugar, no rodeada de vidrio y cerámica", dice convencido.

Para ello, sólo espera el apoyo necesario. "La gente podría aprender mucho de una experiencia que junte animales vivos con algunos conservados. Es un proyecto que no se ha visto en el país y espero cumplirlo. La gente se podría acercar de otra forma a la biología si la sintiera más cercana". J