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Cuando "trabajar de sol a sol" es una realidad

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El tiempo de verano, sumado al intenso calor de la ciudad invita, claramente, a pasar un ocioso día en la playa, en una piscina o, simplemente, relajarse en casa, bajo alguna sombra que sirva de escudo a los poderosos rayos del sol.

Sin embargo, la realidad para muchos ariqueños es distinta. En lugar de huir de los rayos del sol, deben quedarse a recibirlos, porque su trabajo así lo dispone.

Pese al calor que, incluso, a veces pareciera que emana del cemento mismo, y a las ganas casi irrefrenables de refrescarse, algunos valientes ya se acostumbraron a mantenerse bajo un sol abrasador.

José Alberto Zepeda asegura estar acostumbrado a un sol bastante más inclemente que el ariqueño. Proveniente de Calama, cuenta que su piel está curtida cuando de enfrentar al calor se trata.

Irónicamente, el hombre que vende refrescantes gaseosas heladas debe sorportar las altas temperaturas sin quejarse demasiado, pues gracias a ellas su negocio se mantiene.

"La verdad es que no me cuido. No me gustan los bloqueadores, son muy pegajosos. Pero sí me echo crema emulsionante algunas veces", confiesa.

Pese a que siempre es recomendable el uso de protector solar, para José estos ungüentos jamás podrán suplir la protección que él ya tiene consigo: El recuerdo de muchos días trabajados a la intemperie en su natal Calama.

"Acá el sol pega fuerte, pero no tanto como en Calama. Yo soy bien blanco, pero estando tanto al sol, es como si ya no me quemara. Aunque sí me acaloro mucho a veces", comentó José.

Claro que para solucionar esto, José tiene una serie de trucos, que considera infalibles.

"Ocupo harto los sombreros para cuidarme del sol y tomo mucha agua, yo creo que más de un litro. Pero la traigo de mi casa, no es de las que vendo", señala.

Por otra parte, ni todos los grados de temperatura que le pongan por delante podrán quitarle a José su pasión por una bebida caliente: el té.

"Yo tomo té siempre, aunque haga calor. Incluso en el almuerzo tomo una taza. Ayuda a pasar el calor, yo creo que por la diferencia de la temperatura que tiene. Pero a mi me funciona", agrega.

Román Maldonado es otro de los que no arranca del sol para trabajar. En la ex-isla El Alacrán es fácil distinguirlo, porque se mantiene de pie a un costado del camino, vendiendo piures.

"Hace muchísimo calor, pero al final uno se acostumbra. Lo más importante es tomar mucha agua, porque eso refresca mucho. Pero es difícil, porque no puedo dejar el puesto botado", explica Román.

Afortunadamente, dice que algunas personas le convidan un poco de agua o bebidas, al verlo tan acalorado y a pleno sol.

Claro que a veces la tentación de buscar la sombra es mucha.

"Pero los vendedores dependemos de los clientes. No siempre se puede esperar a que ellos lleguen donde uno está, porque es nuestro deber atenderlos para que nos vaya bien. Así que aunque tenga mucho calor me quedo en el mismo lugar", declara.

Un pequeño quitasol ofrece algo de sombra. Sin embargo, son sus productos los destinados a esquivar el sol, porque Román sabe que necesitan la sombra más que él.

"Una vez quise colocar un toldo, pero me dijeron que no se podía. Yo pago todos los permisos, pero si me dicen que no puedo, tengo que hacer caso para no tener problemas", comenta.

Otros de los que saben mucho de trabajar a pleno sol son los maestros de la construcción, para quienes los meses de verano significan un sacrificio aún mayor.

Enfrascados en la tarea de picar el cemento se encontraban Miguel Jofré y Leonel Montealegre. Pese al intenso calor y a tener un día soleado, se consideran afortunados. Al menos, por ese día.

"No creo que sólo a mi me pase, pero me parece que hay días que son soleados, pero que pega más fuerte. Debe ser porque no corre viento o el sol pega distinto, pero hay días que son espantosos", cuenta Leonel, quien hace unos dos años dejó el trabajo de taller para ingresar en la construcción.

"No queda otra que tomar harta agua y cuidarse. En los meses de invierno uno se puede abrigar un poco más, pero ahora, cuando hace calor, no podemos sacarnos más cosas", dice resignado.

Miguel, en tanto, ya tiene 2 décadas trabajando en la construcción, por lo que asegura estar acostumbrado. Aunque eso no le quita los deseos de tener días un poco más frescos.

"Hay que echarse harto bloqueador nomás y usar gorros para no quemarse tanto. Pero a veces, cuando son días demasiado calurosos, más la pega pesada, duele la cabeza", señala.

Miguel achaca estos efectos, además, al uso del casco. Este importante y reglamentario elemento de seguridad cumple con protegerlo, pero eso no quita que sea un tanto incómodo.

"Además del casco, también hay que usar un sombrero que cubra el cuello y las orejas, para evitar quemarse. Pero el calor es inevitable", comenta.

Leonel ya tiene identificadas las horas críticas de calor. Si bien los rayos UV son más riesgosos entre las 11 de la mañana y las 3 de la tarde, la hora más temida es entre las 2 y las 4.

"Yo no sé si no corre viento, o si el calor se acumuló durante la mañana, pero esa hora es terrible, no se puede arrancar del calor. Pero hay que aguantárselas nomás. Poco a poco la temperatura se hace más agradable",dice.

El horario, además, es complicado. Desde las 8 de la mañana y hasta las 6 de la tarde pueden sentir el azote del verano. Luego de algunas semanas, el invierno parece soñado.

Todo trabajo requiere entrega de parte de quien lo realiza. Sin embargo, con el astro rey sobre sus cabezas durante las horas en las que se labora, la misión de estos trabajadores parece más sacrificada.

Sin embargo, también tiene un lado poético, pues sólo quien se enfrenta diariamente a los rayos del implacable cuerpo celeste, puede saber realmente el inmenso valor que tiene una nube que pasa amistosa o una brisa de aire fresco que entrega unos minutos de alivio. J