Esperando el fallo de La Haya
Alos dos lados de la frontera cunde la ansiedad por el fallo de La Haya. Prevalece la unidad excepcional en los dirigentes políticos al interior de los dos países; incluso, hay entendimientos que traspasan las fronteras. En cada caso, son marginales quienes buscan el aprovechamiento político y la persecución de la notoriedad que puede brindar la crítica a las defensas y estrategias seguidas. Han sido frecuentes los encuentros presidenciales, parlamentarios, diplomáticos, militares, empresariales, académicos y periodísticos para promover la distensión por las inevitables diferencias que provoca el juicio. Y se ha logrado, cambiando los ánimos por un espíritu de cooperación.
En ambos países, sus mandatarios y cancilleres han respetado a los agentes y las políticas de Estado, y agregado valor a las líneas jurídicas de sus predecesores. Hay pocas actitudes disfuncionales, como la idea en Tacna de declarar feriado el día del fallo. Los triunfalismos resultan provocadores y conducen a frustración posterior. Las expectativas de ambas partes pueden ser legítimamente diferentes, pero nadie puede garantizar que serán colmadas. La prudencia y la tranquilidad deben ser la norma.
Como nunca, en beneficio de ambos pueblos, se han fortalecido las relaciones entre Chile y Perú en las más diversas dimensiones. Los peruanos son la mayor comunidad inmigrante en nuestro territorio. Miles de chilenos emprenden y trabajan en Perú. Este país limita con Brasil y Chile con Argentina, las dos mayores economías de Sudamérica. Sin embargo, en los dos casos sus exportaciones bilaterales son superiores a las destinadas a vecinos con producto geográfico dos y diez veces superiores. Las inversiones binacionales son crecientes, significativas y diversificadas. Es difícil encontrar un caso semejante en la región.
Hemos sido impulsores y fundadores de la Alianza del Pacífico, la comunidad de integración más vibrante, promisoria y fructífera de Latinoamérica. Compartimos historias, culturas y valores. Retroceder por un conflicto judicial sometido a la jurisdicción internacional sería inconcebible. Por el contrario, es esta una oportunidad única para esperar con tranquilidad y confianza la solución pacífica de una controversia de la mayor relevancia: su desenlace podría permitir iniciar una nueva etapa, que destierre los residuos de una histórica desconfianza mutua, y dar un testimonio de que la paz y la cooperación se logran mediante el diálogo y el respeto al derecho internacional.