Once ariqueños recuerdan su personal 11 de septiembre
Cuatro décadas después, relatan cómo vivieron ese día que todavía sigue dividiendo a los chilenos.
Han pasado 40 años y tal parece que el único consenso sobre lo ocurrido aquel martes 11 de septiembre de 1973, es que marcó un cambio profundo en la vida del país.
También cambió la vida de millones de chilenos que vivieron ese quiebre, cada uno de los cuales tiene su propia historia que contar.
La actual concejala Elena Díaz Hevia ocupaba el 11 de septiembre de 1973 el cargo de alcaldesa de Arica. A las 10.30 de la mañana de ese día llegaron a su oficina un oficial de Ejército y otro de Carabinero, a notificarle que quedaba detenida. "De ahí me llevaron al departamento que arrendaba en los edificios Chungará, incomunicada", relata.
Carabineros, militares y civiles su turnaban para custodiarla, "pero nunca tuve ningún maltrato", asegura.
A ese lugar llegaban a tomarle declaraciones, ya que fue sometida a Consejo de Guerra, por la pérdida de 10 millones de escudos de la municipalidad.
"Me querían condenar a 20 años, pero Paco Melús y el abogado Armando Poblete me defendieron... Al final aparecieron los 10 millones. Era un traspaso que había hecho la municipalidad al Ejército para comprar instrumentos para la banda del Regimiento Rancagua".
Pedro Atencio Cortez, hermano del ex alcalde de Arica y diputado comunista Vicente Atencio, era en esa época dirigente del Comité Regional del Partido Comunista y de los obreros municipales.
Al enterarse de lo que sucedía, se fue al patio a quemar listas de militantes y otros documentos, "para no poner en peligro a los compañeros". Lo mismo hizo en la sede del partido en Pedro Aguirre Cerda con Rómulo Peña.
Luego a dos de sus hijos los llevó a la casa de su compadre, en la Población Juan Noé. Los tres más chicos se tuvieron que quedar con su señora, mientras él se iba a una casa de seguridad.
Allí estuvo esperando orientación del partido, mientras uno de sus integrantes salía diariamente a recorrer la ciudad, para ver qué pasaba. Como el día diez, volvió con novedades.
- En la calle se dice que fusilaron a Atencio- informó.
- ¡A Vicente!- dijo Pedro, pensando que era su hermano diputado.
- ¡No pues!, a Pedro.
- Pero si Pedro Atencio soy yo- le replicó.
- Pero qué quiere que le haga, compañero, si eso dice la gente…
"Primero me reí", recuerda, "pero después me preocupé, porque pensé qué iba a pasar con mi señora y mis hijos si escuchaban ese rumor. Así que volví a mi casa, para que vieran que estaba bien".
Pese a ser dirigentes conocidos, su familia no tendría problemas...
La situación cambiaría tres años después, cuando Vicente Atencio fue detenido y se perdió su rastro, hasta que en 1990 aparecieron sus restos, inhumados ilegalmente en Colina.
Dolly Ciña Donoso tenía 26 años y muy poco interés por la política, a diferencia de su marido Pedro. Ese día, él había salido temprano de su parcela en Gallinazos a dejar a sus hijos a clases, en la Escuela D-18, pero al volver a la casa se enteró del golpe por la radio y tuvo que devolverse apurado a buscarlos.
"Mi marido me calmaba y pensábamos que iba a ser algo pasajero", recuerda Dolly, "él era militante comunista, pero como no tenía ningún cargo directivo, pensábamos que no teníamos nada que temer. Pero esa noche nos dimos cuenta que empezaron a vigilar la parcela. Pasaban los militares alumbrando y hasta nos daba miedo salir al baño".
La situación siguió así hasta el 29 de septiembre.
Pedro Durán Quiroz recuerda claramente ese día. "Yo iba con una carretilla con comida para los animales, cuando aparecieron dos vehículos, que pararon frente al portón. Fui a atenderlos, pero no alcancé ni a decir buenos días, cuando me agarraron a garabatos, me pusieron una metralleta en la espalda y empezaron a revisarme... hasta me hicieron tira el pantalón".
"Me pidieron el carné y me dijeron, ya vamos a la casa, que vamos a allanar. Sacaban el arroz, los fideos, los porotos de la cocina y los vaciaban en el suelo para revisar los envases. Los sillones y los colchones los rajaban con cuchillos para ver si había algo escondido".
"Yo miraba y me reía, pero era una risa nerviosa, porque no podía hacer nada más".
"Después abrieron un ropero, donde yo tenía un montón de libros y empezaron a revisarlos y tirarlos al suelo. De repente, el capitán a cargo tomó uno, 'Corazón