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El aymara que esquilando vicuñas llegó hasta China

Sixto Blanco Baltazar nació en Caquena y con el don de la palabra, pudo abrirse camino en la vida.
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Nació a fines de los años 40 en una choza rústica, construida con piedra, barro y paja brava hecha por su propio padre, en el caserío de Colpa, localidad de Caquena, provincia de Parinacota; en una planicie cubierta de bofedales, con una rica fauna a su alrededor, con camélidos, aves acuáticas y otras especies autóctonas.

Vino al mundo como se hacía a la usanza aymara, de un parto natural o "Yuriña" como se dice en lengua indígena, igual que sus 15 hermanos, hijos del matrimonio del ganadero Juan Blanco Yucra y su mujer, Julia Baltazar Llusco.

TRUEQUE

Eran tiempos difíciles, donde la dieta familiar era casi exclusivamente el ganado que criaban, además de aves de lagunas y animales silvestres.

"Comíamos principalmente lo que mi padre carneaba. Éramos pobres. Cazábamos en familia vizcachas y recolectábamos huevos de ñandú y quiula. De vez en cuando mi padre hacía trueque en la Feria de Ancomarca, en el sector de Alto Alianza en el Perú, antes que existiera el "Tripartito", donde cambiábamos nuestra lana de alpaca por artículos de primera necesidad" cuenta Sixto Blanco Baltazar, conocido hoy por ser uno de los más férreos promotores del uso sustentable de la vicuña como alternativa de ingresos a favor de las comunidades aymaras del interior.

"También hacíamos trueques en Calaucoto (Bolivia) donde nos demorábamos cerca de 6 días en llegar, primero a pie, luego en burro, caballo o bicicleta. En ese tiempo mi taita faenaba un animal a la semana para alimentarnos, y mataba otros tres cada 15 días para trocarlos", señala.

de caquena a la capital

Sixto es un hombre delgado, bajo, con la piel curtida por el sol y el viento del altiplano.

Si lo escucháramos hablar con nuestros ojos cerrados, podríamos pensar que estamos frente a un sureño conversador; y es que es sumamente locuaz para lo que se piensa de un aymara. Quizá ese don de la palabra, surgido en el corazón del altiplano chileno, hizo que este hijo de Caquena comenzara a destacar desde temprano entre sus pares.

Fue en esos años de infancia cuando llegó la escuela al pueblo de Caquena.

Primero fue un carabinero y luego un relegado político, los primeros maestros, en una sala de clases improvisada en los caballares. Eran como 20 alumnos.

Después la escuela se trasladó a la "Casa Histórica", donde se dice se refugió un general boliviano huyendo de una de las tantas guerras civiles en el país altiplánico.

Entonces sucedió algo que definitivamente le dio un giro a su vida. Al Presidente de Chile, Jorge Alessandri Rodríguez, se le ocurrió seleccionar a los niños de mejores notas de escuelas de zonas fronterizas, para que conocieran la Casa de la Moneda y los atractivos de la capital de Chile. Sixto, fue uno de los seleccionados.

"Imagínese. Un niño que no había salido nunca de su aldea, ahora iba a viajar y conocer al Presidente de su país. Me acuerdo que apenas tenía para vestirme. Pero mi papá de nuevo sacó su creatividad, y agarrando trozos de tela por aquí y por allá, los cortó, unió y me fabricó una camisa, con la que viajé", menciona emocionado el hijo de Caquena.

Un mundo nuevo

De ese viaje, incluso más que conocer el palacio de gobierno, el Congreso, el zoológico y otros lugares, (incluyendo una presentación del cuadro verde de Carabineros sólo para los niños viajeros), lo que más recuerda Sixto de la visita es que allí fue la primera vez que tomó una bebida gaseosa. "Fue como haber descubierto un mundo nuevo, mágico", recalca. Después de eso fue cuando con sólo 15 años decidió arrancarse para Arica, donde vivía una hermana casada con un funcionario del Ferrocarril de Arica a La Paz.

Terminó sus estudios básicos en una escuela nocturna, mientras de día fue limpiador de baños en el Hotel Prat. Después, ingresó al Liceo Fiscal Nocturno (donde ahora está el A-1). Incluso dio la prueba de bachillerato, pero su rendimiento no fue sobresaliente, por lo que decidió de inmediato dedicarse solamente a trabajar.

En televisores Bolocco

Cuando todavía estaba en la enseñanza media, trabajó en Televisores Bolocco, donde conoció a Víctor Bolocco, abuelo de las famosas Cecilia y Diana Bolocco.

"Me acuerdo que venían las nietas a verlo. Unas niñitas rubiecitas y alegres. Estuve tres años trabajando ahí. Luego vino el gobierno de la Unidad Popular y el golpe de Estado, por lo que obligadamente tuve que dedicarme a otra cosa", dice.

Fue también obrero en Azapa, plantando y cosechando cebolla y tomate, aunque tenía formación suficiente para llegar a la universidad.

Luego hizo un curso para hacer pantalones, quizá influenciado por el recuerdo de la camisa que le hizo su padre, y se dedicó a la sastrería. Fue entonces cuando decidió casarse, matrimonio del cual le nacieron dos hijas.

regreso a Caquena

Fue a mediados de los ochenta, cuando el destino quiso que el niño que una vez salió a hurtadillas de las alturas, volvió a su tierra natal. Y es que hubo un concurso para ocupar el cargo de juez de distrito para volver a Caquena, así que con camas y petacas Sixto regresó.

"No lo pensé mucho, pero en lo económico, la verdad, es que me equivoqué, porque ganaba bien poco, apenas 3 mil 800 pesos para el año 1985, y la responsabilidad era harta", aclara. Para complementar sus ingresos, decidió practicar la ganadería, como lo hacía su padre, pastoreando primero rebaño ajeno en Guallatire, y luego propio en Caquena, en terrenos familiares, para luego vender animales.

"En ese tiempo había un boom de la exportación de alpacas y llamas. Las compraban para el extranjero y algunas fueron enviadas para su mejoramiento genético al sur", subraya Blanco.

También fue minero

Buscando nuevas perspectivas económicas, el año 88 entró a trabajar en la minera Choquelimpie, donde se involucró en la restauración de la iglesia de la localidad y después en tareas de perforación en la mina. La situación económica se compuso, pero la situación familiar se resquebrajó . "Me separé de mi esposa. Los largos turnos en la mina fueron enfriando la relación y me dejó", explica.

El año 93, la mina Choquelimpie cerró y Sixto volvió a Arica.

Raimó aceituna y retomó la costura. Con lo que ganó de una venta de animales y el finiquito en la minera, se compró unas máquinas industriales para coser en su casa; sin embargo, el destino quiso que una vez más regresara a su tierra natal.

"Mientras trabajé en Choquelimpie le pagué a un pastor para que cuidara de mis tierras en Caquena y cuidara de los rebaños que aún estaban allí, pero el pastor renunció, así que me fui solo a vivir a Caquena", subraya el ganadero.

Manejo de Vicuñas

Fue en esos años, cuando al alero de la ley 19.253 de la Conadi formó la Comunidad Indígena de San Juan de Caquena. Gracias a ello fue que el año 1998 pudieron postular a un proyecto de manejo sustentable de la Vicuña (camélido silvestre) impulsado por la Seremi de Agricultura, la que dio paso a la creación de la Unidad Achacala, en un terreno arrendado a sus hermanos.

En ese tiempo se pensaba que explotando sustentablemente la lana de este camélido, en estado de semi cautiverio, se podían generar ingresos interesantes para las comunidades del interior.

Estuvo 8 años en eso. "Hicimos arreo, captura y esquila de vicuñas, con apoyo de Conaf y la Seremi. Exportamos varios kilos de fibra hacia Europa. Teníamos un cerco de 52 hectáreas, donde se adaptaron muy bien las vicuñas", cuenta el ganadero, sobre experiencia pionera en el altiplano chileno.

De esa época fue cuando se hizo la fama de gran promotor del aprovechamiento sostenible de la vicuña a favor del pueblo aymara.

Vinieron luego capacitaciones, talleres, giras. "La vicuña me ha dado la posibilidad de conocer muchos lugares. A casi todo Perú, primero, donde nos llevan años de ventaja en este tema. Por ejemplo, a Lucano (capital peruana de la vicuña), donde se hace una esquila masiva de casi 5 mil vicuñas en un solo día", señala.

También ha recorrido Chile. Con un grupo de 16 ganaderos viajó a Punta Arenas, al Valle de Las Alpacas en la estación Kampenaike del Instituto de Innovación Agraria, donde vio el mejoramiento genético de las alpacas que fueron llevadas desde el altiplano en los años ochenta.

Hasta la China

Su trabajo con la vicuña, le valió adjudicarse una gira innovativa para prospectar mercados para su lana en China, por parte de la Fundación para la Innovación Agraria (FIA) donde se dio cuenta de las grandes posibilidades que tiene el producto nacional de ser comprado en el país oriental; sin embargo, el requerimiento de grandes volúmenes de producción (como mínimo un container de 13 toneladas al año), hizo que el sueño se estrellara con la realidad.

"Aunque tenemos equipamiento para capturar y esquilar vicuñas, no hay gente capacitada en Chile para estas faenas, en parte por el despoblamiento que sufre la zona; entonces veo harto difícil cumplir con los volúmenes mínimos para exportar. Si el panorama fuera distinto, quizá tendríamos una posibilidad, pero por ahora se ve lejano", reconoce Blanco.

No se rinde

Para no darse por vencido, no pierde la oportunidad de tratar de convencer a sus pares de que la vicuña es un potencial económico. Para ello, ingresó a un curso en la Universidad de Tarapacá, para perfeccionar su conocimiento del aymara y seguir sumando coterráneos a esta innovación productiva.

"Mi intención es compartir mis experiencias con los más jóvenes y que ojalá se reencanten con el altiplano y se sumen a estas iniciativas de desarrollo sustentable", finaliza Sixto Blanco.